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    Campos de exterminio: Lecciones desde Teuchitlán y Reynosa

    16.03.2025

    Fotografía: Especial / A dónde van los desaparecidos

    Oscar Misael Hernández / Colegio de la Frontera Norte

    Durante esta semana, Teuchitlán, Jalisco, fue noticia internacional debido al hallazgo de lo que se llamó un “campo de exterminio”.

    Agencias de noticias como Reuters, The Guardian y Le Parisien cubrieron la nota. En México, gran parte de los medios hicieron lo mismo.

    El Rancho Izaguirre fue el epicentro de la noticia. Ahí, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco encontró ropa, calzado, libretas, fotografías, una carta, identificaciones, cargadores y casquillos de bala… y restos óseos, al parecer incinerados.

    Más allá de eso, se dice que el Rancho Izaguirre estaba controlado por un grupo delictivo, reclutando y adiestrando ahí a personas jóvenes para sus comandos.

    El campo funcionaba para entrenar a personas para ejercer la muerte, para morir o asesinar a otras.

    También esta semana Reynosa, Tamaulipas, fue noticia. El colectivo Amor por los Desaparecidos, en un baldío ubicado entre colonias al poniente de la ciudad, encontró restos óseos calcinados en supuestos crematorios, así como pantalones de mezclilla, una hebilla de cinturón, un rosario, equipo táctico, cartuchos percutidos, tambos y una pared con impactos de bala.

    Casi a la par, otro colectivo, Lazos Unidos por Encontrarlos, en un ejido de Reynosa, también informó del hallazgo de restos óseos.

    Además de miedo o terror, los casos nos provocan un sentimiento de dolor al pensar en las víctimas y en sus familiares, pero también un sentimiento de impotencia por vivir en un país donde la inseguridad y la violencia han escalado, aunque los gobernantes poco lo reconocen. Más allá de ello, hay algunas lecciones que nos dejan Teuchitlán y Reynosa. 

    La primera es el espectáculo que se ha hecho de los casos en sí. Las representaciones de la violencia y el terror claramente tienen un uso e interés mediático que concluirá cuando otros nuevos casos provean un rating más lucrativo.

    De los casos se ha hecho lo que el antropólogo Philippe Bourgois llamó “pornografía de la violencia”, es decir, se han omitido las causas estructurales de la muerte y el dolor, privilegiando más el morbo, la sangre, los huesos.

    No significa que no existan, significa que hay que cambiar la lente de reflexión y análisis y comprender que se trata de casos de violencia y crueldad sistémica.

    La segunda es la remembranza histórica que los casos de Teuchitlán y Reynosa han suscitado en los medios con los campos de concentración y exterminio nazi.

    Los testimonios de escritores como Primo Levi y otros sobrevivientes del holocausto dan fe de ello y sirven para encontrar en el presente paralelismos con un periodo fascista del pasado. A mí más bien me recuerda a las masacres en San Fernando y otros lugares.

    Pero no hay que olvidar que en hoy en día se vive una época de posfacismo, en la que los enemigos no son los judíos, sino los migrantes, las mujeres y jóvenes vulnerables; donde los campos de concentración ahora se llaman centros de detención, casas de seguridad, en donde la degradación humana se da a través del enjaulamiento, la separación familiar, la tortura, la muerte al cruzar la frontera México-Estados Unidos o al desaparecer en fronteras mexicanas y aparecer en campos de exterminio o fosas clandestinas.

    La tercera es la angustia por nombrar. Antígona González, el personaje de la novela de Sara Uribe, por ejemplo, dice que hay que “Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser el mío. El cuerpo de uno de los míos”.

    La referencia es a las personas que pueden desaparecer forzadamente o a quienes ya fueron y yacen en fosas. Los colectivos de búsqueda de Teuchitlán, de Reynosa y de otras latitudes de este país, se angustian por buscar y nombrar a los suyos para no perder la esperanza de encontrarlos, vivos o muertos.

    Pero la angustia de nombrar no se limita a sus “tesoros”; también hay que nombrar las geografías y arquitecturas de la muerte, de la maldad, sean campos de adiestramiento para la muerte, o bien, campos, zonas, sitios, lugares o casas de exterminio. 

    La cuarta y última lección que nos dejan los casos es que, después de tantos años de desapariciones, asesinatos y crueldad en México, el Estado no sólo es omiso, sino también insensible, construyendo hasta la fecha un falso positivo de la seguridad en el país.

    En Teuchitlán, por ejemplo, las autoridades federales y estatales sabían del rancho Izaguirre desde septiembre pasado, pero casualmente no habían identificado restos humanos. En Reynosa, por otro lado, después del anuncio del hallazgo, la Fiscalía del estado comunicó que “no había elementos para establecer la existencia de supuestos centros crematorios o de exterminio en esa propiedad”.

    Parece ser que, como diría el antropólogo Claudio Lomnitz, en México existen dos soberanías: una legal, representada por el ejecutivo del Estado, y otra ilegal, representada por el crimen organizado.

    El problema es que a veces no se sabe cuál de las dos soberanías es la que gobierna, o si existen fronteras difusas entre ambas.


    **Esta es una publicación de Óscar Misael Hernández en ¿A dónde van los desaparecidos? que compartimos con su consentimiento y que puedes consultar aquí


    Óscar Misael Hernández Hernández es doctor en antropología social e investigador en El Colegio de la Frontera Norte. Sus líneas de investigación son migración, género y crimen organizado.

    A dónde van los desaparecidos Desaparecidos Guerreros Buscadores jalisco Reynosa Teuchitlán

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