Esta es la historia de Pedro; mi amigo, el peluquero de mi pueblo olvidado, marginado, pero eso sí, hermoso como el Edén que describen las sagradas escrituras.
Ese lugar se encuentra ubicado en las afueras de la ciudad, rodeado de un río caudaloso que baña sembradíos de los lugartenientes.
Cada año se dan los mejores maizales y con ello los paisajes son bellos; lo malo es que la riqueza no está bien distribuida.
Los ricos son los dueños de esas tierras. Los terratenientes tienen a su mando las escuelas, los pequeños negocios de allí, la educación no es para todos, solo algunos gozan de ese privilegio.
Los campesinos de pueblos vecinos, sueñan con venir a trabajar a este pueblo, porque saben que es un deleite perderse en esa temporada por su clima. Aún cuando las jornadas de trabajo son extenuantes, también saben que los pagos son mejores que en otros lugares.
Aquí la naturaleza se encarga de brindar hermosos paisajes; es maravilloso visitarlo en primavera, porque ves brotar las primeras hojas de fresas y cómo se siembra la sandía.
Los campesinos, al canto de los gallos, se levantan a preparar las tierras, saben que el mejor lugar es cerca de los riachuelos, por la humedad que estos brindan, protegen los sembradíos con lonas para que no las queme ni el sol ni la lluvia, formando un pequeño invernadero, logrando así capturar la luz y el calor del sol.
Todos los días cuidadosamente revisan que no se llenen de plaga ni sean devoradas por gusanos o ardillas juguetonas.
En verano se vive un ambiente de fiesta, es tiempo de cosecha, vienen turistas a probar los manjares que brindan estas tierras, bañadas por ese riachuelo que cruza por todo el pueblo.
Pedro, mi amigo, el peluquero del pueblo, no es nativo de este lugar, una noche de luna, de esa luna que hablan los poetas, si, de las “lunas de octubre” lo dejaron allí cerca del riachuelo, con una nota escrita: “Algún día este niño será dueño de todas estas tierras, lo dejo porque no puedo encargarme de él, su nombre es Pedro, y es una piedra bien puesta, y sé que será reconocido por su progenitor, ¡Cuidenlo por favor! Es una pieza importante para todo lo que viene”.
A la edad de ocho años Pedro aún no sabía leer, recordemos que aquí la educación no era para todos, y Pedro no era uno de los privilegiados.
Aunque era un niño feliz, todos lo arroparon, le tendieron la mano, comía en una casa, por las noches alguien más le brindaba la cena. ¿Y los desayunos? El sabía que los campesinos un taco le brindarían; aunque nunca le gustó eso de llenarse las manos de tierra, más bien lo de él era jugar con tijeras, peines, jabón y oler bonito, ya que quien lo recibió en su casa fue Madalena, como él le decía, la estilista de los campesinos; bueno, la cortadora de pelos, barbas y bigotes y de vez en cuando también pedicura o uno que otro masaje relajante y estimulante, que Pedro disfrutaba observar.
Como Pedro no asistía a clases decidió pedirle a Madalena que le enseñara el arte del trasquilado, él decía que algún día sería tan bueno como su patroncita. Madalena le sugería que primero aprendiera a leer; pero él no encontraba placer en eso de las letras, le daba pereza tan solo pensar en las vocales, y de las temáticas como él decía, ni hablar
Un día Madalena le dijo: Pedro tengo muchos clientes, ayúdame, si?
—Claro ¿a quien trasquilo?
—No se trata de eso, tú serás quien cobre.
—Pero no sé temáticas, argumentó Pedro.
**Este texto se publica como una colaboración con la revista literaria delatripa, una revista hecha en México dedicada al cuento, minificción y ensayo**