En el corazón de El Chamizal se encuentra el Vivero Municipal, un espacio donde germinan más de 20 especies de árboles que, tarde o temprano, se convierten en sombra, oxígeno y vida para Ciudad Juárez.
Entre charolas de unicel, tierra húmeda y fertilizantes cuidadosamente aplicados, dos estudiantes de Biología descubrieron que el servicio social puede ser más que un requisito académico: una experiencia transformadora.
Karina Adilene Guillén Gutiérrez y Cynthia Carolina Murillo, alumnas del Programa de la Licenciatura en Biología del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la UACJ, pasaron meses en este vivero bajo la guía de la ingeniera agrónoma Teresa de Jesús Cavazos Meléndez, responsable del recinto, y del doctor Víctor Herrera Correa, coordinador de Cultura Sustentable de la Dirección de Parques y Jardines.

Desde entonces, para estas jóvenes su aprendizaje se mezcló con el compromiso por el medioambiente.
Su llegada estuvo marcada por la tarea de atender la germinación y el trasplante de plántulas, reto que pronto se convirtió en un proyecto de vida.
Lograron con éxito la germinación de semillas de mimbre, mezquite, palo verde, mimosa, palma datilera, acacia y falsa acacia, especies que forman parte de los programas de forestación de la ciudad.
“Cuando llegamos al vivero fue principalmente para atender el caso de la germinación y el trasplante de las plántulas”, recuerda Karina.
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Sin embargo, esa labor implicó mucho más que sembrar, pues se trató de observar, registrar y aplicar procedimientos con precisión científica.
Cynthia indicó que el trabajo consistió también en aprender de los métodos que aplicaba la ingeniera Cavazos.
“Nos explicó sobre los productos utilizados como fertilizantes e insecticidas y cómo programar su correcta aplicación. Aunque ya teníamos bases, ella nos fue detallando cada paso”, comentó.
En el invernadero, con capacidad para 40 mil plántulas, aplicaron fertilizantes foliares y promotores radiculares bajo estrictas especificaciones técnicas; cada procedimiento fue una lección práctica de lo aprendido en las aulas.
Pero no todo fue teoría y técnica, pues mientras cuidaban los árboles, observaron el interés de la comunidad, ya que voluntarios de maquiladoras y ciudadanos por cuenta propia se acercaban a colaborar en trasplantes, limpieza y cuidado de las plantas.
“En lo que hacíamos nuestras actividades, observábamos cómo despertaba en ellos el interés por el cuidado de las especies”, agregaron.
Ese contacto con la gente hizo evidente el valor social de su trabajo, pues el vivero no sólo es un lugar de producción de árboles, sino un espacio donde se fortalece la conciencia ambiental y se fomenta la participación comunitaria.
Además, el servicio social también les dejó aprendizajes personales, para Karina significó adentrarse en la calidez del lugar, un sitio muy tranquilo y amable, donde la hicieron sentir como de la familia.
Aunque el mayor reto, coincidieron ambas, fueron las altas temperaturas de junio, que pusieron a prueba su resistencia física.
Al reflexionar sobre la experiencia, las dos estudiantes coinciden en que fue una oportunidad para crecer como personas y como profesionistas.
Mientras que la ingeniera Teresa de Jesús Cavazos y el doctor Víctor Herrera invitaron a más estudiantes universitarios a integrarse a proyectos como este, ya que la ciudad necesita más manos y más áreas verdes para enfrentar el futuro.







