Mañana a 57 años de aquella fatídica tarde, el 2 de octubre no se olvida. La consigna no es sólo memoria: también es una acusación velada a un gobierno que, presa de paranoia política, prefirió llenar de cadáveres la Plaza de las Tres Culturas antes que permitir que el mundo viera a un México en protesta.
En 1968, mientras París ardía en huelgas, mientras Praga era invadida por tanques soviéticos y mientras la figura del Che Guevara se volvía mito tras su muerte en Bolivia un año antes, México se preparaba para abrir sus primeros Juegos Olímpicos.

Díaz Ordaz, presidente autoritario hasta la médula, veía en los estudiantes mexicanos no solo muchachos rebeldes, sino la semilla de una revolución roja que podía arruinarle la fiesta olímpica y, peor aún, encender la chispa de un socialismo al estilo cubano.
Juegos Olímpicos bajo la mira
El propio Díaz Ordaz lo dejó entrever en su informe del 1 de septiembre de 1968: no permitiría que los desórdenes empañaran la imagen del país frente al mundo. La historiografía documenta que el gobierno usaba el argumento de “proteger el lucimiento olímpico” para justificar la represión”.
Así, con la inauguración de los Juegos a la vuelta de la esquina, el presidente ordenó la llamada “Operación Galeana”: militarizar la ciudad, infiltrar al movimiento estudiantil y preparar la emboscada final en Tlatelolco.
El fantasma del Che y Camilo
En plena Guerra Fría, la imaginación de los servicios de inteligencia y del propio gobierno mexicano conectaba todo descontento juvenil con la “conspiración comunista internacional”. En documentos académicos se señala que la CIA y el gobierno de Díaz Ordaz veían en el movimiento estudiantil un “foco de agitación comunista”.
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La figura del Che Guevara —convertido en mártir en 1967— y la memoria de líderes como Camilo Cienfuegos eran utilizadas como símbolos del miedo.
Aunque no hay evidencia de que estos personajes tuvieran injerencia real en México, la hipótesis sensacionalista apunta a que el régimen los usaba como “espantapájaros” para justificar que el movimiento estudiantil era un caballo de Troya socialista.
En pocas palabras: Díaz Ordaz estaba convencido de que, si no apagaba el movimiento, los Juegos Olímpicos podían convertirse en escaparate de banderas rojas y consignas comunistas.
La señal en el cielo
La tarde del 2 de octubre, cuando los estudiantes se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas, la trampa ya estaba tendida. Bengalas verdes y rojas en el cielo dieron la orden: francotiradores del Batallón Olimpia abrieron fuego desde los edificios, y enseguida el Ejército descargó metralla sobre la multitud.
El resultado fue un baño de sangre cuya magnitud nunca se aclaró: el gobierno habló de 20 muertos, pero testimonios hablan de 200 o 300. Cuerpos fueron levantados en camiones militares, familias silenciadas, cadáveres desaparecidos.
Paranoia con víctimas reales
A medio siglo de distancia, la hipótesis cobra forma: el miedo de Díaz Ordaz a perder el control en los Juegos Olímpicos, su obsesión por mostrar al mundo un México “ordenado” y su aversión al socialismo alimentaron la decisión de mandar a los soldados contra su propio pueblo.
La matanza de Tlatelolco fue el precio de esa paranoia. El régimen creyó que con balas enterraba la protesta, pero lo único que logró fue inscribir su nombre en la lista negra de crímenes de Estado.

Mañana, otra vez, algunos marcharán gritando “2 de octubre no se olvida”. Lo harán porque la hipótesis de que todo se ordenó desde la silla presidencial no es descabellada: lo sostienen los documentos de la FEMOSPP, los testimonios de sobrevivientes y hasta reconocimientos recientes de que Díaz Ordaz dio la orden.
Lo harán porque el miedo al socialismo era solo eso: un miedo. Lo real fueron los estudiantes caídos, las madres que nunca volvieron a ver a sus hijos y el silencio que se intentó imponer con bayonetas.
El legado del 68
El movimiento estudiantil dejó más que luto. Fue semilla de movimientos posteriores por la democratización, la defensa de derechos humanos y la exigencia de libertad de expresión. En cada protesta que desafía al poder, late la memoria de Tlatelolco.
Mañana, al cumplirse 57 años, México recordará de nuevo. Porque olvidar sería concederle la victoria al autoritarismo.
joelgonzalezpalacios@gmail.com