Ileana Diéguez (Las Tunas, Cuba, 1961) estuvo recientemente en Torreón donde la noche del jueves 10 de noviembre recibió la Medalla Xavier Villaurrutia en el marco de la Muestra Nacional de Teatro. A la mañana siguiente, coordinó en la Plaza Mayor acciones de protesta junto a distintos colectivos de familiares de personas desaparecidas.
La performatividad y las prácticas escénicas de la lucha de los familiares de desaparecidos son algunos de los aspectos en los que ha profundizado en su más reciente libro: “Cuerpos liminales. La performatividad de la búsqueda”, editado el año pasado por la editorial argentina DocumentA/Escénicas.
A propósito de ello, charlé con Ileana Diéguez, investigadora y escritora de origen cubano avecindada en México desde hace casi tres décadas, quien desde el arte y las teatralidades sociales aborda nociones como memoria, violencias y desaparición forzada.
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—Tu libro es principalmente un estudio sobre lo liminal en los cuerpos, ¿desde hace cuánto tiempo vienes estudiando esto?
—Llevo tiempo explorando las potencias de la noción de lo liminal, que es una noción que viene de la antropología liberada de Víctor Turner, un antropólogo cultural y de procesos rituales. He trabajado con él desde distintos puntos de vista con esa noción de liminalidad, por supuesto trasladándola, no exactamente en el mismísimo sentido que la proponía Turner. Y me pareció que los escenarios de la búsqueda son escenarios de una alta potencia de liminalidad.
Esa alta potencia de lo liminal que menciona Ileana la ha encontrado en los cuerpos de las familias buscadoras, a los que llama cuerpos expandidos: «Cuerpos que cargan otros cuerpos en la búsqueda», dice. «Por eso hablo de la liminalidad como un espacio de intersección, un espacio de transformación, de movimiento». Y después explica que cuando vemos a los familiares de una persona desaparecida, sea con o sin la foto del ser querido al que buscan, podemos reconocer en ellos la carga que llevan consigo con sólo mirarlos.
—La actividad de la mañana se realizó frente a la presidencia municipal. ¿Cómo crees que la imagen de los desaparecidos llega a impactar o a modificar las dinámicas de los gobiernos y del Estado?
—Yo no podría responder esa pregunta propiamente porque no tengo idea de si eso realmente les modifica a ellos. Dudo mucho de que estas imágenes y estas acciones modifiquen algo en ellos, porque incluso lo niegan, niegan que eso esté en presente. Hoy estuvimos allí y espero que reconozcan que sigue sucediendo. En otras ocasiones lo niegan y yo creo que si fueran conscientes y estuvieran conmovidos por lo que le sucede a esas personas que buscan en este país, serían seres más cívicos, cívicos en el sentido de ser ciudadanos conscientes de una sociedad civil.
—Al principio del libro hablas del vínculo que hay entre arte-imagen-memoria, dices que este vínculo define a la representación.
—El arte trabaja con la imagen y además la memoria está asociada siempre a una imagen. En los orígenes del arte se habla de que el arte es un sistema (y especialmente la imagen, la pintura) de representación por ausencia: lo que está ausente siempre es lo que se trata de representar. Cualquier imagen que tú ves, es una alusión a algo que se está invocando, algo que no está. Creo que cuando hablamos de memoria, hablamos de memoria viva, de personas vivas que buscamos, porque suponemos en primer lugar que están vivas las personas, pero también al mismo tiempo la memoria tiene que ver con hechos de distintos momentos, de distintas épocas, y tiene que ver siempre con un suceso, algo que se representa en nuestra memoria, pero también en la alusión que hacemos a estos acontecimientos en los que siempre está implicada una dimensión representacional, porque es lo que se ve, es lo que está ante nuestros ojos. Entonces yo creo que sí, el vínculo de representación atraviesa a estos tres elementos, a estas tres dimensiones de arte-imagen-memoria.
—Hay una, como dices en el libro, dimensión estética de la ausencia.
—Sí, porque toda ausencia, como dicen las madres de FUNDEEC, es la presencia de la ausencia. Toda ausencia requiere de una representación para dar cuenta de ella. Decimos “está ausente” y lo primero es la fotografía de la persona ausente. Requerimos siempre de una imagen para dar cuenta de quien no está, que dé cuenta de que esa persona realmente existió, existe y que se le busca. La ausencia implica una representación, una representación compleja, porque así como el arte es la representación de lo ausente, lo complejo es, como dice Eduardo Grüner, representar una ausencia desaparecida.
—Y sin embargo, mencionas más adelante que ni la imagen ni la escritura pueden restaurar lo que se perdió. ¿Entonces por qué seguir escribiendo?
—Porque no es lo mismo dar testimonio que restaurar. Personalmente yo tengo muchas dificultades para entender estos procesos de restitución, de restauración. Creo que a nadie le reparan el daño de desaparecerle a un ser querido, creo que hay reparaciones simbólicas, pero no reparaciones reales.
Dice Ileana, y agrega que es imposible restaurar la presencia de alguien, pues ninguna imagen restituye el mundo, sólo evoca el mundo.
Y hablando de el mundo, ese espectro, ese territorio exterior, lo que pareciera que está afuera, ¿cómo es que ese mundo se ha implicado en el tema de la desaparición forzada? A veces nos pareciera que las desapariciones son algo ajeno, algo que sucedió años atrás, que les sucedió a los otros, sobre todo.
Ileana dice que uno de los sectores de la sociedad que más se ha involucrado es el de los periodistas: fueron los primeros en poner el cuerpo e incluso la vida.
—Los periodistas hablaron todo lo que pudieron y siguen hablando de estos procesos. Creo que el arte, poco a poco, se ha ido incorporando. El activismo de la sociedad civil se incorporó hace rato de manera bastante comprometida, aunque no todo, pero una parte importante.
Dice Ileana, pero que ha habido otros sectores a los que les ha costado más entender este tema. Uno de ellos es el sector académico, el que ella bien conoce.
—Creo que a la academia le costó más entrar en estos procesos, porque incluso la academia siempre piensa que trabaja sobre el conocimiento, sobre la posesión de un conocimiento. Y hay algo muy importante en lo que está pasando, y muy especialmente en México, que los saberes están siendo renovados por las y los buscadores, son ellos más que nadie quienes conocen cómo se están produciendo estos dispositivos y estrategias y mecanismos de las violencias sobre los cuerpos.
Y agrega que la academia, una gran parte, sigue trabajando en la idea de teoría como mimesis, con la idea de teoría dura, utilizando teóricos de otras latitudes y de otros tiempos para hablar de una violencia contemporánea. «Y creo que la academia necesita reconocer la importancia del pensamiento situado y la deuda que se tiene con todos estos actores», dice, y que muchas veces se ha encontrado con académicos y académicas que no se quieren dar por enterado de lo que está pasando.
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—Me llama la atención que mencionas que el libro nace no desde una mirada jerárquica, sino desde los afectos.
—Este libro nació como eso que acabas de decir, en el proceso de estar atenta, de dialogar, de conversar para poder hablar de ello. Uno va creando vínculos muy fuertes y podría decir que hay una familia de afectos que se ha generado con estas personas, pero el afecto también tiene que ver, recordemos eso, con lo que es capaz de afectarnos, de cómo eso nos ha afectado y ha generado un vínculo intersubjetivo y social. Yo no escribí este libro ni siquiera porque fuera una investigación propiamente. Primero, era para mí una necesidad muy grande de dar un testimonio de mi tiempo y de poder contribuir a hablar de lo que está pasando y a dar testimonio de la búsqueda de las madres.
Y a esa búsqueda Ileana la conceptualiza como una performatividad: lo que tiene que ver con el andar, con el caminar, con todo el trabajo de indagación y todo el trabajo forense en el sentido de lo forense como lo público, explica. «No estoy hablando de un término artístico, estoy hablando de un término cultural, performatividad como lo definió Turner. Y por eso ellos son los performers de la búsqueda, ellos y ellas».
—Mencionas también que las fosas clandestinas que se han encontrado por todo el país se pueden leer como sensores políticos. ¿A qué te refieres con ello?
—Cuando participé en la Cuarta Brigada de Búsqueda pude constatar todo el trabajo que realizan los que serían los grandes investigadores forenses formados por cuenta propia, que son las propias familias. Pero en particular, Mario Vergara y Miguel Ángel Trujillo, el hijo de María Herrera, y cómo esas personas han desarrollado una experiencia y una experticia para detectar fosas. Pero lo que detectan no es cualquier cosa, por eso la tierra y las fosas son sensores políticos, porque hablan del modo en que los necropoderes intervienen y actúan y transforman incluso la apariencia de las capas naturales de la tierra para poder horadar y desaparecer y mal enterrar los cuerpos.
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Para finalizar, Ileana hace una invitación a la exposición colectiva “La performatividad de la búsqueda” en la Galería Metropolitana de la UAM en Ciudad de México, la cual permanecerá hasta el cuatro de marzo de 2023.
Yo, por mi parte, me quedo pensando en el fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense, Clyde Snow, quien alguna vez dijo que los huesos no olvidaban, que contenían un testimonio silencioso, pero elocuente. Hoy podemos decir que las fosas clandestinas, por sí solas, también lo contienen: son ese termómetro de la política de nuestro tiempo, son los testimonios del engaño que fue la guerra contra las drogas. Por eso debemos seguir escribiendo y narrando la realidad, porque como apunta Ileana al final del capítulo introductorio del libro: «Los escenarios de la violencia, todos, comprometen la escritura y la vida».