Héctor lleva en su triciclo las herramientas de trabajo como la escoba y la pala con las que junta la basura en la plaza del ejido Hipólito, municipio de Ramos Arizpe. Tiene más de 80 años y vive con su esposa que sufrió una embolia y perdió el habla y la capacidad de moverse por su cuenta.
A mediodía Héctor regresa a casa para cocinarle a la mujer que ha amado por más de cinco décadas. “Hay que levantarla, sentarla, llevarla al baño, hacerle de comer”. Ella reacciona a las palabras de su esposo y lo mira con una sonrisa desde la silla de ruedas. Héctor la lleva del cuarto en su casa de adobe a la banqueta de concreto, bajo la sombra de dos árboles. Afuera el calor y la calle de tierra donde autos y trocas son refugio para los perros.
“Con lo poquito de la ayuda que me dan en la plaza, comemos módicamente”. Además Héctor recibe una pensión de 3 mil pesos por los más de 30 años que trabajó en la obra. “Ya hice lo que pude y no hay con qué”. Hace dos años montaba en burro para ir al monte y traer lechuguilla hasta que le ofrecieron trabajo de conserje.
A la pareja le sobreviven cinco de seis hijos, ya con nietos, en Monterrey, Ramos Arizpe y Saltillo. “Pero no vienen al rancho”. Las personas no son lo único que se va de Hipólito: también el agua. Y no regresa. La presa El Tulillo, entre los límites con el municipio de General Cepeda, se secó. Es la peor sequía en al menos 20 años. Los ejidatarios venden su ganado flaco antes de que se muera. No hay comida en los cerros pelones. Héctor y su esposa volverán a despertar, él en triciclo rumbo a la plaza, ella silenciosa en cama, hasta que llegue un nuevo atardecer. “Aquí estamos”.