Sus lívidos ojos verdes han visto florecer 82 primaveras y, desde hace un tiempo, contemplan el verdor que se encuentra lejos de los muros del Asilo para ancianos San Antonio. Así pasa sus tardes y sus días Gilberto.
“Mis hijas casi no pueden venir a visitarme porque viven lejos y menos después de la cosa esa del Covid”, relató.
En este lugar, mejor conocido como asilo Senecú, existen al menos 33 historias más guardadas y que están a la espera de ser escuchadas por quien ose visitarlos, pues el espacio cuenta con 35 personas que, entre todos, acumulan 2 mil 625 años vida.
Este hombre se ha autoimpuesto la labor de vigilar la entrada del asilo, para saber quién entra y quién sale, además brinda información a los visitantes que arriban durante el día.
“Entonces ¿Es usted como el guardia de seguridad y recepcionista de aquí?, le comenté sobre su singular trabajo, a lo que él me respondió con férrea determinación: “quiero hacer algo y seguir siendo útil”.
La fiereza de su comentario viene derivada de una larga travesía por varias ciudades de México, así como por un basto historial laboral de alrededor de 53 años, ya que nació en la ciudad de Tijuana, Baja California y a los 16 años salió de su hogar para recorrer Puebla, Guadalajara, Nayarit, Torreón, Chihuahua (dónde vivió dos años) y para finalmente establecerce en Ciudad Juárez.
Desde hace 12 años es parte de la institución geriátrica, luego de haber trabajado toda su vida en la venta de mariscos en la zona del Centro Histórico de esta fronteriza urbe.
En este tiempo ha permanecido como un “lobo solitario”, pues enviudó hace casi una década, aunque tiene muchos compañeros, debido a que todos en el asilo donde vive son sus amigos.
“Perdí a mi compañera hace ya 8 años. Ella no estaba internada aquí, estaba en otro asilo porque ella ya no se podía mover”, platicó.
Es padre de cuatro hijas, pero, luego de la pandemia, han mermado de manera casi total sus visitas. Sin embargo, le llaman a su viejo teléfono celular casi todos los días-
“Pero solo (hablan) 15 minutos, porque eso es lo que podemos durar hablando por teléfono”, sentenció.
Él espera con tranquilidad el momento en que sea llamado por Dios: “La vida, sabiéndola llevar es bonita si tu objetivo es caminar derecho, sin voltear” recalcó.
Muchas historias, muchos años
Así como la historia de Gilberto hay muchas más, increpó Socorro Solís, directora del hogar de ancianos.
“Un domingo en la mañana, luego de terminar misa y entre el alboroto de gente vimos a un señor en silla de ruedas que se quedó solo a la mitad de la explanada”, señaló la consagrada en referencia a Lorenzo, un anciano que lleva un año bajo su resguardo.
Lorenzo tiene problemas motrices y de habla, sin embargo, eso no le impide que con su cándido rostro, cubierto en gran parte de su frente con una boina negra, regale una gran sonrisa cuando lo llaman por su nombre.
Las monjas que laboran en el asilo lo adaptaron, luego de que nadie fue a recogerlo durante ese domingo y, con mucha calma y tesón, comenzaron a entender a cuentagotas lo que trataba de decir.
Tras seis meses de haberlo encontrado, una mujer de, aproximadamente 50 años, llegó al asilo en búsqueda de su padre, quien resultó ser Lorenzo.
En esta inesperada visita, la mujer indicó que una tarde su padre simplemente se salió de la casa, ya que padece de sus facultades mentales, y no lo pudieron localizar. Al menos no hasta ese día, sino hasta después de buscarlo por varios meses en distintos asilos de la localidad.
Ante esta situación, la hermana Solís propuso a la hija de septuagenario que éste se quedara internado, pues ahí recibía todos los cuidados y formaba parte de una gran familia, por lo que al día de hoy, el hombre con su pintoresca sonrisa, carente de frontales e incisivos, es un residente permanente.
Estas son algunas de las historias que pueden encontrarse en el asilo de ancianos Senecú, sin embargo, existen otros tantos más en la localidad, a los cuales cualquiera que guste es bienvenido.