Soñé un mundo donde la gente trabajaba mucho para vivir. Hacían de todo, sembrando, cosechando, transportando, minando, transformando, vendiendo, inventando, atendiendo y de todo pues.
Trabajaban tanto que no les quedaba mucho tiempo para entender y atendr el resto del mundo.
Toda la gente pagaba sus tributos, para mantener a otro grupo de personas más reducido. El trabajo de este grupo de personas era muy bien pagado pues era doble.
Por un lado, tenían que convencer a la gente que trabaja de que atendían sus necesidades para que puedan trabajar.
Construían caminos, cuidaban el entorno de las colonias, garantizaban que hubiera comunicaciones a distancia, garantizaban la paz… pero el trabajo es convencer a la gente que trabaja, no era atender estas necesidades.
El otro trabajo de este grupo era distribuir el pago de los tributos con otro grupo que ayudaban, asistían y asesoraban el trabajo de convencer a la gente que trabaja que sus necesidades eran atendidas.
La gente que trabaja, de tan ocupada, pagaba su tributo y no entendía lo que pasaba. Los convencedores ocultaban su labor de repartir el tributo de la gente que trabaja, a través de espectáculos que distraían la atención de la distribución de los tributos, confundían y aburrían.
Los espectáculos eran muy rudimentarios, unos hacían el papel de malos, otros de buenos, luego de abusones y después defensores.
La gente trabajadora, entre sus ocupaciones y las actuaciones de los convencedores, no se daban cuenta que los papeles pasaban de un actor a otro sin el menor disimulo.
Un día el villano se convertía en defensor, al otro el defensor era acusado de tirano y al final del día los actores se iban a descansar convenciendo a la gente trabajadora de que todo ese espectáculo era necesario para que les garantizaran lo necesario para seguir trabajando… cosa que nunca se lograba.
El sistema parecía que podría funcionar por siempre, pero hubo otro grupo de personas que se dieron cuenta de que la gente trabajadora generaba mucho, pero mucho dinero y tal vez podrían hacer uso de él. Les llamaban los embaucadores.
No podían pedir tributo, pues los convencedores ya lo hacían. Pero podrían ofrecer a la gente que trabaja todo lo que quisieran, que no les dieran los convencedores.
Por ejemplo, trabajo mejor pagado, cierta protección o si no tenían manera de disfrutar su tiempo de ocio con alguna estrategia de esparcimiento, podían venderles sustancias que les mantendrían en un cómodo estado de relajación o alteración, según sea deseado.
Pero el objetivo no era un servicio, era hacer adicto el cuerpo de la gente que trabaja a la sustancia, de tal suerte que se convirtiera en una prioridad y le asignaran todavía más dinero.
En mi sueño, me contaban la historia de que algún tiempo los convencedores trataban de combatir a los embaucadores. Pero luego se dieron cuenta que podrían incrementar sus ganancias si colaboraban.
Así, por ejemplo, los convencedores decían que atenderían o prevendrían la adicción de la gente que trabajaba, pero no lo hacían, decían que perseguían a los embaucadores, tampoco lo hacían, decían capturarlos y les dejaban embaucar desde las prisiones.
En ocasiones prohibían sustancias para que los embaucadores tuvieran la libertad de distribuirlas en un mercado negro, que era el único mercado libre que había.
Prohibían viajar para que los embaucadores se encargaran de llevar personas de manera clandestina y así cobrar más.
La gente trabajadora, trabajaba mucho y generaban mucho dinero, por eso los convencedores y embaucadores no se cansaban de sacarles todo lo posible.
Convencían a la gente trabajadora de que vivían en una democracia y les permitían elegir quién les garantizaría sus necesidades para trabajar.
Pero los convencedores y embaucadores ya tenían todo decidido, montaban un espectáculo, la gente votaba, alguien aparecía al frente, pero los grupos dedicados a explotar los recursos de la gente trabajadora no cambiaban, en todo caso, encontraban nuevas formas de obtener el dinero de la gente que trabaja.
Lo peor de mi sueño es que no había una historia, no había unaserie de sucesos que fueran generando situaciones que cambiarían la situación.
En todo caso era un círculo vicioso que se repetía una y otra vez. La gente trabajadora cada vez trabajaba más, los embaucadores y convencedores cada vez les quitaban más dinero.
Tanto que embaucadores y convencedores generaban una economía de derroche que fascinaba con un brillo que parecía ser producto de trabajo legítimo.
Lo bueno es que sólo fue un sueño. No existe un mundo así.
Nuestro voto es relevante, pues los partidos políticos nos presentan las mejores opciones para elegir representantes.
El crimen organizado son organizaciones marginales que no tienen el poder de involucrarse en la política regional y los políticos se someten a todo tipo de procesos de rendición de cuentas así que no pueden simular que cumplen lo que no.
Ahora que lo pienso, no fue un sueño, vivir en un mundo así sería una pesadilla.