En memoria de Aristóteles, cuyo apodo era “el lector”
Bolivia.- Mucho antes de que las historias de los pueblos pasaran a la escritura, ya sea en piedras, tablillas de cera o cerámica, papiros, lienzos, pergaminos y, por fin, al papel como lo conocemos hoy, los seres humanos las contaban de generación en generación. Así se transmitieron los mitos y las leyendas de nuestros pueblos originarios que sobreviven hasta ahora, y así, también, se cantaban épicas como las de La Ilíada y La Odisea.
Como afirma Irene Vallejo en su maravilloso libro El infinito en un junco: “La lectura, como una brújula, le abría los caminos de lo desconocido” y Ricardo Martínez en su artículo «Una historia de la lectura», de Alberto Manguel: “Desde siempre, el poder del lector ha suscitado toda clase de temores: temor al arte mágico de resucitar en la página un mensaje del pasado; temor al espacio secreto creado entre un lector y su libro, y de los pensamientos allí engendrados; temor al lector individual que puede, a partir de un texto, redefinir el universo y rebelarse contra sus injusticias.
De estos milagros somos capaces, nosotros los lectores, y estos milagros podrán quizá rescatarnos de la abyección y la estupidez a las que parecemos condenados”
Se cuenta que en la imperial Roma de los césares había un comerciante tan rico como ignorante, de nombre Itelio, que gustaba de agasajar frecuentemente a la nobleza romana, pero al no tener qué conversar con ellos se le ocurrió la idea de una biblioteca viva.
Ordenó que 200 de sus esclavos más instruidos se aprendieran un libro cada uno y cuando se hablaba sobre un determinado tema, Itelio hacía llamar al esclavo que había leído el libro respectivo, y éste recitaba un pasaje apropiado al tema de la conversación.
Pero un buen día, que hablaban animadamente sobre la Guerra de Troya, el hombre libro no pudo estar presente porque sufría de horribles dolores de estómago y el mercader tuvo que pasar, literalmente, un papelón.
Sobre el tema de la biblioteca viva también nos habla Ray Bradbury, en su célebre novela Fahrenheit 451, llamada así porque esa es la temperatura en la que arde el papel, en la que una sociedad acosada por bomberos, que en vez de apagar incendios queman libros porque el gobierno considera que son portadores de todos los males de la humanidad, recurre al mismo método de elegir a personas que se aprenden de memoria los grandes libros para salvarlos de la hoguera.
Desde su nacimiento como libro impreso, en 1450, en la imprenta inventada por Johannes Gutenberg, siempre estuvo amenazado, primero por la censura, luego por la aparición de la radio, del cine y de la televisión y, ahora, desde la propagación de la internet
han sido muchas las voces que se han alzado presagiando la desaparición definitiva del libro en formato papel, reemplazado por el libro digital y el electrónico. Esta amenaza se ha convertido en el tema de muchos debates, tanto en ferias de libro como en universidades. Según Umberto Eco, el libro es de esos inventos que llegaron para quedarse: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se ha inventado, no se puede hacer nada mejor”.
En otro artículo señala: “Los libros también tienen una ventaja con respecto a las computadoras. Aunque impresos en papel ácido (que sólo dura setenta años), son más duraderos que los soportes magnéticos. Además, no sufren cortes de corriente y son más resistentes a los golpes. Los libros todavía representan la forma más barata y práctica de transportar información. La comunicación electrónica viaja por delante de nosotros, los libros viajan con nosotros a nuestra velocidad”.
Y si bien es cierto que los libros digitales y electrónicos, los e-books y los PDF, ganan terreno cada día que pasa porque constituyen verdaderas librerías de bolsillo, al punto de amenazar con dejar a las bibliotecas convertidas en museos, también es cierto que en esta década se producen muchos más libros de papel que antes, incluidos los piratas, por supuesto.
Yo creo que mientras haya lectores, el libro impreso no va a desaparecer, porque ya es un objeto de culto y lo sagrado siempre encuentra la forma de sobrevivir., porque como lo señala Vallejo: “la red electrónica, el concepto que ahora denominamos web, es una réplica del funcionamiento de las bibliotecas.
En los orígenes de internet latía el sueño de alentar una conversación mundial. Había que crear itinerarios, avenidas, rutas aéreas para las palabras. Cada texto necesitaba una referencia —un enlace—, gracias a la cual el lector pudiera encontrarlo desde cualquier ordenador en cualquier rincón del mundo”.
El libro impreso establece una comunión entre el lector y autor, se convierte en un puente sensorial, al tenerlo en sus manos el lector está poseyendo algo del alma del escritor. En muchos casos el autor escribe su historia a través de nuestros ojos y eso se siente en el peso del libro de papel.
En países como el nuestro, en los que es muy difícil adquirir buenos y novedosos libros en las librerías, tenemos que recurrir a bajarlos en PDF, e-books o Word, incluso a compra piratas si es un caso de necesidad y no nos queda otra alternativa. En la Web nos convertimos en buscadores de tesoros: eligiendo los enlaces apropiados por intermedio de palabras claves.
Sin embargo, ambos formatos, el de la tinta sobre papel y el electrónico, van a convivir por muchos años. Lo terrible y dramático para los lectores, viajeros inmóviles, sería que, como afirma Hugo Correa Luna en un artículo sobre este tema, a alguien autoritario se le ocurriera averiguar a qué temperatura arden los e-books, mientras tanto seguiremos viajando a través del movimiento de nuestras pupilas.
** Este texto se publica como una colaboración con la revista literaria delatripa, una revista hecha en México dedicada al cuento minificción y ensayo**