Para Alberto Domínguez In memoriam Ad pugnatoris in veritae
La muerte es uno de esos temas, de esos asuntos que la mayoría de las personas huye, pero es inevitable. Miedo a la vida, miedo a la muerte; vivimos y morimos constantemente. Un día más de vida es un día menos de vida; dialéctica de la existencia. La celebración de la muerte no es exclusiva de México y sin embargo es algo que causa temor y asombro a la vez.
La existencia es absorbente. La supervivencia ocupa buena parte de nuestra vida, seas rico o seas pobre, sobre todo el último. Los “seguros de vida” en realidad son seguros de muerte, pero si se llamaran como tal, no se venderían.
Muchas personas viven “muertas en vida”. Sin expectativas, deambulando de aquí para allá, con tristeza o depresión; otras son “tumbas blanquedas”, parafraseando a Jesús, el “Cristo”, limpias por fuera, pero llenas de inmundicia por dentro.
Las noticias, sin tragedias ni muertes, tampoco venderían. Dice Ikram Antaki que quien no tiene nada por que morir, no tiene nada por que vivir. Vivimos y morimos al mismo tiempo, constantemente, en un largo presente con pasado y futuro.
Morir de amor
Una de las formas más clichés y románticas de concebir la muerte es a través del amor. Pero generalmente es una interpretación barata de Romeo y Julieta: un amor de pareja imposible de realizar con latente resultado fatal.
Es una amor banal, superficial, inmaduro; propio de las canciones populares limitadas a una sola forma de amar, definiendo la vida como la inseguridad de sentirse amado(a).
El amor al dinero y al poder, en su generación viciosa y adictiva, provoca guerras y catástrofes, muertes injustas y desprevenidas. El amor a la patria a dios u otras ideologías, también causan muerte a granel, a veces sin necesidad, aunque la convicción de morir por algo abstracto sea sublime.
Morir de viejo(a)
Como una meta en la vida, morir de vejez es una expectativa entrañable: el descanso justo, la misión cumplida; no todos(as) llegan a una edad avanzada, menos con excelente salud, pero sí llenos de anécdotas y experiencias. La vejez es como un premio para quienes logran sortear los mil y un obstáculos de la vida, lo cual no es fácil.
Se espera que el viejo muera al último, algo así como la ley de la vida, cosa incierta pues no es lo lógico, sino lo deseable. La muerte es la recompensa de la gente longeva, un mérito en sí mismo.
Las sociedades veneran lo antiguo, pero no lo viejo; el carácter de respeto relacionado con la tercera edad no es igual en todo el mundo.
Para el Occidente y los países capitalistas es una carga, un peso muerto apestoso y del cual hay que deshacerse, pues ya no produce, produjo (ya no es explotable). Morir de vejez no es necesariamente morir con dignidad.
La pena de muerte
La pena capital es una práctica bárbara todavía presente en Estados que se dicen “democráticos” (EEUU) o “socialistas” (China). La vida no vale nada, dice José Alfredo Jiménez, pero más bien, hay vidas desvaloradas, como las anónimas que aparecen en los diarios amarillistas, como El Diario de Juárez, provocadas por la inseguridad y la violencia, cuya importancia no supera la nota roja por su condición de clase; pesa más la nota que la dignidad humana.
Hay penas de muerte no dictadas por el sistema de justicia, sino por motivos políticos, económicos, religiosos, egoístas, avariciosos; una forma de ejercer el poder contra las masas de pobres, las y los inconformes; los luchadores sociales.
La muerte como castigo a las y los criminales, a las y los disidentes políticos, a las y los diferentes por sus creencias, orientación sexual o etnicidad. La pena de muerte es una pena de vergüenza, de salvajismo y terror.
Quitarse la vida
El suicidio sigue siendo un tema polémico, sobre todo desde la perspectiva moral religiosa por que es como jugar a ser dios. No importando la situación ni el contexto, quien se quita la vida se le considera un(a) cobarde, una persona egoísta.
Por supuesto que la madre, padre, hermano(a) o amigo(a) que da su vida por amor, poniéndose en el lugar del otro, también comete suicidio: uno de incalculable valor, casi instintivo. La depresión, las enfermedades incurables y dolorosas, crónicas, las tristezas muy grandes y las desilusiones provocan un desencanto con la vida, un martirio vivir.
La eutanasia se abre paso ante y contra los fanáticos religiosos, como un alivio para quienes vivir se volvió una tortura. El autosacrificio sigue un camino de incomprensión popular, de vulgar hipocresía de la chusma incapaz de comprender la vida, menos la muerte.
Morir en paz
Vivir de acuerdo a las propias convicciones, sin manipulación, emancipado(a) de deseos incumplidos o sentirse realizado en la vida son motivos para morir en paz. También lo es para quienes luchan por causas justas aun si la vida o la sociedad les paga con desprecio y desventura.
Dicen los alemanes que la mejor almohada es una consciencia tranquila y esto aplica muy bien para quienes han hecho de su vida una plataforma consciente de las necesidades propias y ajenas, de su capacidad y talento limitado; de haber hecho y no imaginado, a pesar de la derrota, a pesar de la violencia, de la enfermedad y a pesar de la muerte. Una vida que merece vivirse es una vida para morir en paz.
¡Beto Domínguez! ¡Presente!
Carlos Murillo González es sociólogo y maestro en Ciencias Sociales, además de activista social e integrante del Frente por la Defensa de El Chamizal.
La publicación de “¿Cómo te gustaría morir?” se publicó originalmente en el Blog de Carlos Murillo González, el cual puedes consultar aquí