Eran las 12 del mediodía y con ese apenas reconocible sonido ahogado del bronce, emitía más bien un cántico fúnebre mas que un llamado a misa.
Replicaban las campanas de Catedral de manera tan estruendosa que se escuchaban en todo el centro de la ciudad.
El viento soplaba con fuerza y constancia; tan gélido, cual anfiteatro y las álgidas corrientes ventosas eran los remanentes de la muerte, la tragedia y la crisis humanitaria que cobró 39 vidas de un solo golpe.
«Yo creo que de veras ya lo veíamos venir. Cuando llegaron los venezolanos como fueron recibidos, cuando estuvieron en el Río Bravo. Se quiso hacer un bien, pero se provocó un mal», declaró el padre Javier Calvillo, director del albergue «Casa del Migrante».
Las sotanas de los religiosos, en su mayoría blancas con toques morados y alusivos a la fiesta católica de la Cuaresma, entraron en caravana reverencial hasta el fondo de la Vetusta construcción representativa de Juárez.
El rostro desencajado, incluso temeroso de un obispo que carga el peso de representar a su gremio y de protegerla bajo su manto morado, con filigrana dorada.
Oraciones de precepto; lecturas de libros antiguos, prehistóricos, así como los más recientes que datan de al menos 300 años después de la historia; más oraciones que fueron seguidas de un punto cumbre para las personas: la honra funebre de esas almas que escaparon del cuerpo obligadas por el fuego.
Así se vio una misa en honor a las 39 víctimas del incendio que se registró este lunes en el Instituto Nacional de Migración.
La carga emocional recayó sobre quien es la cabeza de la Diósesis de Ciudad Juárez, José Guadalupe Torres Campos.
Palabras, discurso, pecado, oportunidades, humanos y, entre las palabras hiladas, corazones al menos dos centenares de presentes fueron golpeados y estremecidos por el conjunto de frases esperadas:
«¿En qué nos hemos convertido?
La verdad triste que nos interpela, nos cuestiona a todos, a todos ustedes a cuestionar profundamente, pero también es un llamado a convertir, a cambiar, a ver al hombre, a la persona humana, su dignidad.
A salvar a la persona, ver a la persona. Un migrante es una persona, no es un número, no es una estadística, es un hijo de Dios y hay que tratarlo como persona, con respeto, con amor», dijo el clérigo.
Además, invitó a la ciudadanía a acoger con mayor respeto a quienes vienen de otros países en busca de una vida mejor.
El mensaje resonó por algunos segundos hasta enmudecerse en lo alto de las torres.
Al terminar la misa, los presentes desfilaron por el centro de los pasillos que tenían como guardia de honor las banderas de los países sudamericanos; los sufridos, los que emigran por necesidad, porque una vida de lucha nos los ha llevado a ningún lugar.
Ahora solo queda esperar cuántos de los 29 lesionados puedan contar su versión de la historia, en lugar de ser alcanzados por el fatídico destino que a sus compatriotas.