Desde hace algunas semanas no es raro ver a decenas de personas durmiendo en la vía pública, afuera de la Presidencia Municipal, descansando en la carpeta asfáltica o tomando un “baño” improvisado con botellas de agua y jabón de mano.
Luego de la tragedia migrante registrada el pasado 27 de marzo en el Instituto Nacional de Migración (INM), la cual dejó como saldo a 40 personas fallecidas y 27 lesionadas, un grupo de personas forjó un pequeño campamento con alambres y harapos justo a un costado del inmueble gubernamental.
Conforme pasaban los días, más y más migrantes llegaban al sitio y colgaban más harapos en más alambres para poder pasar las frescas noches de finales de marzo e inicios de abril.
Durante el día, esos trapos fungían como pequeñas sombras para resguardarse de los penetrantes rayos del sol fronterizo.
Al anochecer después del tercer día de la tragedia, llegaron las primeras casas de campaña, las cuales, brindaban un techo ligeramente más decente para quienes pernoctaban en el sitio, quienes gritaban a todo pulmón la palabra “justicia”.
Y la exigencia no estaba de más: se habían perdido cuatro decenas de vidas, consumidas por las llamas dentro de una “prisión”, pues los encargados tuvieron pésima reacción ante el siniestro, ya que, en vez de buscar salvaguardar las vidas, optaron por retirarse del sitio.
Para agravar la situación, jamás llamaron a los servicios de emergencia para reportar lo sucedido, simplemente eligieron la inacción; fueron personas que cruzaban por el sitio se encargaron de reportar el fuego.
Se acumulaban poco a poco los días desde el denominado “homicidio”, de acuerdo a las investigaciones realizadas por la Fiscalía General de la República, y el campamento conformado por un par de tiendas ahora ya es toda una “capital migrante”, justo a un costado desde donde se gestionan las directrices de la ciudad.
Al día de hoy, han transcurrido 2 semanas, 4 días y 20 horas del incidente, y se han colocado al menos 20 casas de campaña, aunados a los tendederos de ropa y sábanas que cumplen con funciones similares.
Aunque la situación tiene un trasfondo más complicado, ya que el radicar en un sitio implica más que un techo bajo el cual dormir: implica principalmente donde poder resguardarse de las condiciones del clima y donde hacer las necesidades fisiológicas.
“Todo se paga: el baño son 40 (pesos), la cepillada son 20 y la necesidad son 10”, mencionó Junior, de Colombia, quien también dijo que para poder lavarse las manos les cobran 5 pesos.
Para poder asearse o usar el sanitario, los colonos, en su mayoría de Venezuela, pagan el servicio de los hoteles de la zona del Centro Histórico de Juárez, mismos que están ocupados en su mayoría por los viajeros, quienes planean internarse a los Estados Unidos.
Quienes permanecen en la zona es porque esperan poder tener acceso de manera legal y ordenada mediante la aplicación CBP One, misma que ha estado sin funcionar desde hace algunos meses.
Las casas de campaña han sido abandonadas o heredadas por quienes originalmente las llevaron, mismos que trataron de alcanzar el sueño americano al entregarse en el Punto de Revisión 36.
“Nos venimos para acá, nos relajamos, se fueron, pasaron y nos dejaron esto (las casas de campaña) y aquí estamos”, platicó Junior mientras fumaba su cigarrillo.