La frontera de Ciudad Juárez atraviesa un momento que, en cifras, parece inédito, luego de que autoridades reportaron que durante este año el flujo migratorio cayó un 97 por ciento. Aunque, apenas el año pasado las imágenes captadas en esta frontera mostraban campamentos saturados y cruces masivos.
El dato, aunque es relevante, no cuenta toda la historia, pues esta disminución no responde únicamente a una mejora estructural sino al endurecimiento de las políticas migratorias y mayores controles por parte de Estados Unidos.
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Esta situación, sin embargo, derivó también en rutas cada vez más peligrosas y redirigidas a otros estados y otros municipios fronterizos como Puerto Palomas y Ojinaga, en Chihuahua y hacia Tijuana, en Baja California.
Y es que menos personas arriban a esta frontera, pero quienes lo hacen enfrentan riesgos más concentrados y menos opciones de apoyo.
En conmemoración a esta peligrosa travesía que enfrentan las personas en movilidad, el 18 de diciembre es reconocido como el Día Internacional del Migrante, una fecha que recuerda el fenómeno migratorio que data desde hace décadas, pero también que detrás de cada estadística hay trayectorias marcadas por la violencia, la pobreza, la separación familiar y la incertidumbre que define la movilidad humana.
En este contexto, las mujeres, niñas y niños migrantes enfrentan riesgos específicos, pues la falta de espacios seguros, atención médica constante y acompañamiento psicológico agrava su vulnerabilidad.
La frontera, aunque más silenciosa en apariencia, sigue siendo un territorio de tránsito forzado; la disminución de los cruces no elimina las causas que empujan a migrar ni tampoco las consecuencias humanas que persisten en cada intento de buscar una vida distinta al otro lado.







