Con la mirada se perdida en los árboles que mitigan los rayos del sol en la Plaza de Armas; solo boina de colores que cuenta con un gran pompón era lo único que daba un poco brillo a aquel rostro desencajado y abatido, con la esperanza al borde del colapso y agotado por los miles de kilómetros de camino, a cuestas guardados en el recuerdo.
Con una mochila azul parda, colgada aún en su espalda, Manuel Antonio estaba sentado en los escalones del atrio de la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, lugar donde al menos 30 migrantes más (y otras decenas en días anteriores), han pasado las últimas dos noches.
Tal como los indios mansos que, sin lugar a dudas, pasaron noches a la intemperie alrededor de la Misión de Guadalupe, allí donde inició la edificación de Ciudad Juárez.
“Solo quiero que me ayuden a regresar a mi Ecuador porque estoy lejos de mi familia, de mis hijos; me voy mejor para allá a seguir luchando en mi Ecuador”, relató el migrante.
Esta sería su amarga segunda opción, en caso de no lograr su objetivo de recibir asilo en Estados Unidos, para brindar un mejor porvenir a los suyos.
Manuel Antonio es tan solo un pequeño eco que resonó un martes por la mañana en la frontera.
Un migrante más que llegó a bordo de un tren de carga el pasado domingo 12 de febrero, luego de recorrer la epopeya que componen los 5 mil 500 metros aproximados que separan a Ecuador de Ciudad Juárez.
El constante arribo de personas provenientes de otros países ha “estrangulado” el albergue municipal “Kiki Romero”, dejando sin espacio para meter una sola alma más, al menos así lo hizo entender Santiago González Reyes, director de Derechos Humanos del Municipio.
Mencionó que pese a tener capacidad para atender a 200 individuos, ya fueron ingresados 260, con un plan que consta en “ver cómo nos coordinamos con migración”, palabras que suenan tibias ante una crisis que tan solo en el mes de febrero acumuló un aproximado de mil 522 migrantes que llegaban diariamente.
Lo anterior que representa un aumento de cerca del 50 por ciento con respecto a enero de este año, que promedió 930.
El funcionario mencionó, sin embargo, que aún hay espacio en otros albergues para poder resguardar a más personas.
Personas como Chris Pirella quien con un cigarrillo en la mano relató haber llegado en “bus” hasta el antiguo Paso del Norte, donde ha dormido de manera consecutiva al resguardo de la noche en la Plaza de Armas.
La chamarra roja de Chris le resguarda la piel quemada por el sol, misma que su cachucha de color negro fue incapaz de proteger desde el inicio de su viaje desde su natal Venezuela hasta el Centro Histórico de una de las ciudades hermanas.
Hasta aquí: la hermana fea. La que pocos migrantes anhelan por llamar hogar, pero que los colma de bendiciones, de ayuda, de personas que procuran dar soporte y auxilio a quien llegue con las manos casi vacías.
Personas que engalanan y demuestran con hechos la gran verdad que el escudo de Chihuahua relata con tres palabras: Hospitalidad, Valentía y Lealtad.