Exiliado en Carolina del Norte, Rubén Figueroa continúa una labor de búsqueda que inició como parte del Movimiento Migrante Mesoamericano. Desde el verano de 2023, decenas de nombres de personas desaparecidas cuando viajaban a Estados Unidos han sido bordados en telas que el defensor de derechos humanos planea llevar al muro fronterizo
Cuando falleció su padre, Denis Munguía decidió migrar desde su hogar en Honduras a los Estados Unidos, donde planeaba emplearse en el estado de Alabama. “Estaba muy feliz de venir acá para ayudar a su madre”, recuerda su amiga Ana, quien trabajó a su lado como maestra. Denis emprendió un arduo viaje por Centroamérica y México y, el 2 de agosto de 2022, cerca de la medianoche, mandó un mensaje para avisar que había llegado a un lugar seguro. Desde ese momento, desapareció.
Un domingo de octubre de 2023, en la iglesia episcopal El Buen Pastor en Durham, Carolina del Norte, los feligreses, casi todos migrantes latinos, comían pozole en el sótano, después del servicio religioso, cuando el defensor de derechos humanos Rubén Figueroa les invitó a participar en un proyecto para honrar a sus paisanos ausentes; sobre una mesa desplegó una manta de algodón, una bolsa con hilos coloridos y unas agujas. Ana bordó el nombre de Denis, su compañero desaparecido.
Como parte del Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM), Rubén recorrió Centroamérica y México en busca de personas cuyo rastro se perdió en su viaje a los Estados Unidos. Después de la desaparición de su hermano Freddy en 2020, el defensor tabasqueño se vio obligado a salir del país; ahora, exiliado en Carolina del Norte, continúa su labor de búsqueda con la Manta de la Memoria, en la que migrantes bordan los nombres de seres queridos que nunca llegaron a su destino.
No existe claridad sobre el número de migrantes desaparecidos en México. Según la fuente que se consulte, las cifras son de centenares, miles, y hasta 35,000 personas, lo que dificulta su búsqueda e impide visibilizar la magnitud de la tragedia.
Incluso al interior de las comunidades de inmigrantes en Estados Unidos, se habla poco de los desaparecidos. El movimiento promigrante suele enfocar su lucha en los derechos de quienes logran cruzar la frontera. La Manta de la Memoria es un primer paso para empezar una conversación sobre aquellos que se perdieron en el camino, para nombrarlos, recordarlos y construir un movimiento que permita encontrarlos.
“Considero que existe la responsabilidad moral de no olvidarlos”, dice Rubén, “y que todos los triunfos que pueda tener esta lucha promigrante en Estados Unidos deben ser en memoria y en honor de los que no llegaron. Siempre debe haber una silla para el o la ausente en todas las reuniones, en todos los lobbies que hay con los políticos”.
Dobladas junto a una manta todavía inacabada, Rubén guarda otras dos, ambas llenas de bordados. Atestiguan una lucha de décadas que empezó con las madres centroamericanas, pioneras en la búsqueda de migrantes desaparecidos. Una de esas mantas viajó por Guatemala, donde las madres de la Asociación de Familiares de Migrantes Desaparecidos de Guatemala bordaron los nombres de sus seres queridos ausentes. Otra, forrada de azul y blanco, acompañó a Rubén en uno de sus últimos viajes a Honduras. Una más permanece en El Salvador.
‘Ahí les van a ayudar’
Rubén, de 41 años, creció en el pueblo de San Manuel, Tabasco, donde veía pasar migrantes centroamericanos trepados en el tren conocido como La Bestia. Recuerda que los observaba con indiferencia, hasta que en 2005 marchó a Estados Unidos como migrante indocumentado. Cuando volvió a casa, se vio reflejado en esos hombres que arriesgaban sus vidas sobre los rieles.
“Como acá había convivido con muchas personas que lograron llegar a Estados Unidos y sabía un poco el sufrimiento que pasaban, cuando vi el tren luego de que regresé, me dio mucha compasión. Y dije, debo hacer algo, por lo menos en mi comunidad”, recuerda. Con su madre y algunos amigos iba a las vías para ofrecer comida a los viajeros. Se corrió la voz y, cuando llegaban migrantes al pueblo, los lugareños les decían: “Vayan allá donde Rubén y su mamá, ahí les van a ayudar”.
Al cabo de unos años de realizar esta labor humanitaria, una misión de Amnistía Internacional llegó al pueblo del defensor para documentar las adversidades que enfrentaban no solo las personas migrantes, sino la gente que les brindaba apoyo sin pertenecer a una institución. En 2010, Rubén asistió a la presentación de su informe en la Ciudad de México, donde conoció a Marta Sánchez Soler, cofundadora del MMM, quien lo invitó a integrarse a la organización, dando acompañamiento a madres centroamericanas que buscaban a sus hijos desaparecidos.
Rubén se dedicó a recorrer las rutas migratorias y a registrar ausencias en el camino. Por la radio comunitaria o en la iglesia del pueblo, avisaban de la llegada del defensor y luego convocaban en la plaza central a las personas con familiares desaparecidos para que pudiera documentar sus casos. Encontraba en cada comunidad historias de personas que salieron hacia Estados Unidos y después sus familias ya no pudieron contactarlas. La organización logró hallar a cientos de ellas.
No solo utilizaron la información de las familias, sino que hicieron que las madres participaran en las búsquedas. En 2008, el MMM empezó a organizar la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos. Eran mujeres centroamericanas que viajaban por México en uno de los primeros esfuerzos organizados de búsqueda en el país.
“Las madres centroamericanas fueron uno de los grupos menos escuchados en el tema de los desaparecidos”, dice Rubén. “Son [las madres de] los migrantes [las] que estaban con un pie hacia delante, armando el camino, abriendo brecha”.
También empezaron a buscar a la inversa. En sus recorridos encontraron personas migrantes que vivían en México y habían perdido el contacto con sus familias en Centroamérica. Rubén creó entonces el proyecto Puentes de Esperanza: “Cuando ya teníamos cinco, seis casos, salíamos rumbo a Centroamérica a buscar a las familias para decirles que sus hijos, sus hijas, vivían. Llevábamos videos, llevábamos cantidad de información, y buscábamos en los pueblos en que no era tan riesgoso [hacerlo], porque cuando llegas a un pueblo a buscar a una familia también te cuestionan quién eres”, cuenta el defensor. “Primero encontrábamos a la familia a través de otras personas, luego le preguntábamos si tenían un familiar desaparecido. Decían que sí, se desahogaban, lloraban, y ya al final le decíamos, bueno, nosotros traemos noticias de su familiar”.
Después de diez años en el MMM, Rubén se enfrentó a la misma situación de las madres a las que acompañaba. En junio de 2020, su hermano Freddy Díaz Figueroa, de 40 años, desapareció junto con dos personas cuando viajaba de Playa del Carmen a la localidad de San Carlos, en el municipio de Solidaridad, en Quintana Roo, donde había migrado desde su natal Tabasco para trabajar.
Debido a las amenazas que enfrentaba tanto del crimen organizado como de las autoridades estatales, por la desaparición de su hermano y por su activismo en favor de los derechos humanos, Rubén solicitó asilo en Estados Unidos. Allí, lejos de su hogar y del movimiento que ayudó a construir, trataba de enfrentar su nueva realidad.
“Me obligó a vivir un duelo en el exilio que dolió muchísimo, que se convirtió en depresión extrema, que me rompía totalmente”, recuerda. “Era adelantarme a lo que intuía que podía pasar, a lo que vendría”. Rubén sabía que era poco probable que su hermano siguiera vivo. A veces no podía creer lo que había sucedido: después de caminar tantos años junto a familiares de víctimas de desaparición, se había convertido en uno de ellos.
En agosto de 2022, Rubén reportó el hallazgo de una fosa clandestina en San Carlos, que sospechaba podía contener los restos de su hermano. Inicialmente, las autoridades insistieron en que el lugar, localizado durante las obras del Tren Maya, solo era “una cueva con huesos”, aunque no sabían cómo habían llegado allí.
En mayo de 2024, la Fiscalía General de la República notificó a la familia que los resultados de ADN identificaban a Freddy como uno de los siete cadáveres encontrados. “No podemos decir que totalmente seguimos de pie”, reflexiona, “pero dentro de todo uno se consuela entre comillas, porque el hecho de localizar a una persona desaparecida, aun en la condición que localizamos a mi hermano, no es algo que se da todos los días en México”.
Hasta hoy, Rubén y su familia siguen esperando recibir los restos de Freddy en Tabasco.
Tres personas presuntamente implicadas en el crimen están bajo custodia. Aunque no fueron detenidos por la desaparición de Freddy, sino por otro delito, son los principales sospechosos. “Esperamos que pronto se inicie un proceso en su contra “, dice Rubén, “y que, si son culpables, sean condenados conforme a la ley”.
El objetivo: crear un comité internacional
La experiencia de vivir el duelo lejos de su hogar es compartida por otras familias migrantes en Estados Unidos. Ahora, después de haber sufrido la desaparición de su hermano, Rubén afirma tener un “doble compromiso” con la búsqueda.
En Estados Unidos, la búsqueda de desaparecidos no implica los mismos peligros —persecución política, amenazas, violencia— que en México y Centroamérica. Pero las limitaciones económicas dificultan a las familias iniciar el proceso. Las largas jornadas laborales hacen que, como dice Rubén, “ni siquiera tengas tiempo para sentarte a llorar o pensar en tu familiar desaparecido, no porque no lo quieras o lo hayas olvidado, sino porque la vida aquí es así de ocupada”.
El estatus migratorio también influye en las búsquedas. Las familias indocumentadas se enfrentan a la posibilidad de una deportación si se acercan a la región fronteriza. Viajar por Estados Unidos es más caro, y no existen las mismas redes de ayuda.
“En Centroamérica y en México hemos tejido una red enorme, desde las propias madres hasta los comités, las organizaciones, los periodistas, para buscar a los desaparecidos. Conocemos bien el terreno”, explica Rubén. “Acá no lo conocemos del todo, y moverse incluso hasta económicamente es difícil. Allá solía ponerme la mochila al hombro, salir a buscar, o viajar a Centroamérica, pero acá es muy difícil, es subir a un avión, cubrir grandes distancias”.
En condiciones tan adversas, la Manta de la Memoria representa el principio de un proceso más largo. Algunos grupos, como las Águilas del Desierto en Arizona y los Armadillos en Tijuana y San Diego, peinan el desierto en busca de migrantes desaparecidos recientemente, pero encontrar a quienes desaparecieron hace cinco o diez años implica otro tipo de trabajo. Esas personas pueden estar con o sin vida, en una morgue cerca de la frontera o laborando en algún lugar sin poder comunicarse con sus familias.
Desde que Rubén comenzó el proyecto en el verano de 2023, migrantes de Carolina del Norte, Connecticut, Virginia, California y Nueva York han añadido los nombres de sus seres queridos a la manta. Después de presentarla en la Iglesia del Buen Pastor, Rubén fue a un complejo de departamentos y colocó una silla plegable junto a un altar de la Virgen de Guadalupe. Era domingo por la tarde y pocos vecinos, la mayoría migrantes latinos, se asomaban al exterior. Junto con su esposa, terminó de bordar algunos nombres, mientras saludaba a los transeúntes y les explicaba el proyecto.
Para algunas madres, la Manta de la Memoria supone la oportunidad de hablar por primera vez de sus hijos desaparecidos. Para otras representa la continuación de una larga lucha. Durante años, la salvadoreña Reyna Isabel Portillo buscó a su hijo Marvin Leonel Álvarez Portillo —desaparecido en 2010 cuando intentaba cruzar el Río Bravo— como parte de la caravana de madres centroamericanas. Con el tiempo, ella también emigró a Estados Unidos. Rubén la visitó en Virginia, donde bordó el nombre de Marvin con hilo rojo.
En California, el defensor llevó la manta a la guatemalteca Susana Velásquez, cuyo hijo Daniel desapareció al cruzar la frontera hace tres años, cuando iba a reunirse con ella. Documentó su caso, y Susana también dejó el nombre de Daniel en la tela.
Una vez cubierta de nombres, Rubén planea presentar la Manta de la Memoria en el muro fronterizo para denunciar que los migrantes desaparecen como resultado de las malas políticas, tanto en sus lugares de origen como en las tierras que deben transitar para llegar a su destino. “Cambian las políticas migratorias, y cambian también los números de personas desaparecidas”, advierte.
Sabe de casos de migrantes que desaparecieron debido a las restricciones fronterizas impuestas por el Título 42, norma establecida por el expresidente Donald Trump en marzo de 2020, al principio de la pandemia por covid-19. La medida, que terminó en mayo de 2023, permitió que las autoridades migratorias negaran solicitudes de asilo en la frontera y expulsaran a cerca de 2.8 millones de personas, supuestamente para evitar la propagación del coronavirus. “Llegaron a la frontera, pidieron refugio y se les deportó; luego intentaron cruzar, ya sin entregarse, y desaparecieron. Es un impacto directo”, afirma Rubén.
El problema trasciende continentes: los migrantes desaparecen al cruzar América, en el desierto del norte de México y, cada vez más, en la selva del Darién, en el límite de Colombia y Panamá, pero también en los barcos que cruzan del norte de África a Europa.
“La idea es encontrarnos a través de la Manta de la Memoria, organizarnos y crear un comité internacional de familias de desaparecidos. Que las madres centroamericanas puedan abrazar a las madres de Argelia, a las madres de Túnez, madres y familias de migrantes desaparecidos de todo el mundo”.
La casa de Rubén en Durham, donde trabaja como jardinero, tiene un amplio patio que comparten vecinos de América Latina, Oriente Medio y África. Su hija juega con niños de Honduras y Afganistán. Un domingo por la tarde, mientras Rubén despliega las mantas, se acerca un grupo de niños con un balón de fútbol, curiosos por la inusual actividad.
“¿Quién de ustedes es de Honduras?”, pregunta Rubén. Sueltan un grito emocionado y el defensor les explica que en la manta han bordado los nombres de migrantes que desaparecieron en su camino a Estados Unidos. “¿Por qué apuntan los nombres?”. “Para no olvidarlos”. “¿Cobran por eso?”. “No. Es para recordarlos y buscarlos”.
“Tengo un tío que se perdió en… ¿cómo se llama? Los desiertos. Se perdió hace como cinco meses”, dice un niño.
“Entonces podemos bordar su nombre, y también avisarle a una organización que busca migrantes”, propone Rubén. “Le puedes contar a tu mamá o a tu papá, y si una tarde vienes a jugar fútbol, puedes traer su nombre en un papelito y lo bordamos”.
Foto de portada: Mujeres integrantes del Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos Amor y Fe de Honduras bordan los nombres de sus seres queridos ausentes. (Cortesía Rubén Figueroa)
North American Congress on Latin America (NACLA) es una organización independiente, fundada en 1966, que publica investigaciones y análisis sobre países de América Latina y el Caribe, y su relación con Estados Unidos (https://nacla.org/).
www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).
Esta publicación es original de A dónde van los desaparecidos la cual puedes consultar aquí