A través del arte del títere, la narración oral y la escucha comunitaria, un grupo de jóvenes de Ciudad Juárez rescata la memoria de los pueblos que el tiempo y el olvido parecían haber silenciado en voz del Tlacuache Cuentero.
Se trata del Laboratorio de Imaginación Histórica (LAB IH) de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), un proyecto que busca reconectar a las comunidades con su identidad a través del arte y la palabra, donde la memoria se vuelve una herramienta para combatir los problemas sociales.
En una época dominada por las pantallas y la prisa, este grupo decidió mirar hacia atrás y darle rostro al pasado, el Tlacuache Cuentero, es la voz del personaje ideado por el juarense Hernani Herrera.

Marial Valdez, alumna de la licenciatura en Historia de la UACJ, también forma parte de este laboratorio, quien junto a Hernani y otros jóvenes apasionados por la memoria colectiva, acuden desde las plazas de Ecatepec hasta los parques de Ciudad Juárez.
En los espacios públicos de esta localidad, el Tlacuache Cuentero sale con su chaleco verde y su moño rojo para conversar con la gente, escuchar sus recuerdos y convertirlos en semillas de historia viva.
“La memoria se vuelve la herramienta para combatir todos los problemas sociales (…) La memoria se vuelve una solución para que no nos vuelvan a pasar las cosas”, dicen.
El personaje nació en el 2021, durante la temprada de pandemia por COVID-19, con la ayuda de la compañía de teatro “La Charca”, la cual es dirigida por el titiritero Jesús García.
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“Yo quería que fuera un tlacuache, que tuviera su chaleco verde y su moño rojo. Le mandé un boceto y él lo hizo realidad”, refiere Hernani.
De tal manera que lo que empezó como un seudónimo para firmar cuentos históricos, terminó convertido en un personaje tangible que hace de la historia un acto de cercanía, juego y comunidad, cuyo objetivo es romper con la rigidez de la enseñanza tradicional.
“Por eso no es el Tlacuache Historiador sino el Tlacuache Cuentero, porque no te va a dar una clase, te va a contar una historia. En esa diferencia está la magia”, dice Hernani.
Brotes de Historia
En los “Brotes de Historia”, como llaman a sus encuentros espontáneos, el grupo se instala en plazas, parques o mercados con sus marionetas —entre ellas también Emilio Itacate, el cacomixtle de Morelos — para provocar la imaginación colectiva.
“Les preguntamos a las personas cómo creen que era ese lugar en el pasado. Y de pronto, un abuelo recuerda cómo era el centro cuando había más árboles y su nieta escucha, se ríe y también imagina. Eso es historia viva”, menciona.
Aunque el Laboratorio de Imaginación Histórica no se limita a los títeres, pues también produce una Gaceta, una revista de divulgación llamada Tranvía Fronterizo, un podcast (La Parcela del Devenir), videos en redes sociales y una serie de intervenciones urbanas llamadas Pregoneadas, en las que los jóvenes invitan a la gente a participar contando cómo imaginan su pasado local.
El proyecto ha tenido presencia en Cuautla, Ciudad de México, Morelos, Chihuahua, España y Berlín, y forma parte de una idea sencilla, pero poderosa: la historia no sólo está en los libros, está en las calles, en las voces y en los recuerdos.
Marial y Hernani lo demuestran con ejemplos. En Ecatepec, montaron un pizarrón frente a un quiosco para que los transeúntes escribieran aquello que amaban de su ciudad y en Tonalá, recorrieron el centro histórico preguntando a los vecinos por anécdotas locales.
Aunque para ellos, Ciudad Juárez es un laboratorio vivo de historia, un territorio donde los contrastes no borran la identidad sino que la moldean, por lo que aquí, el Tlacuache Cuentero encontró una misión: reconciliar a la gente con su propio pasado, despertar en cada juarense la curiosidad por los lugares que recorren a diario sin saber todo lo que han visto.
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Uno de los ejercicios más emblemáticos ocurrió frente al Monumento a Benito Juárez, en el centro de la ciudad. Allí, entre predicadores, activistas y transeúntes, el colectivo montó una pequeña exposición con fotografías antiguas del mismo sitio, tomadas a principios del siglo XX.
“Era como abrir una ventana al pasado. La gente veía esas fotos del monumento viejo, con árboles y bancas, y se sorprendía. Poníamos cartones para que escribieran su edificio histórico favorito y muchos de esos ya están abandonados. Pero el solo recordarlos hacía que la gente sonriera”, relata Hernani.
Esa tarde, el bullicio habitual del Centro se transformó en conversación: abuelos que recordaban los cines desaparecidos, jóvenes que hablaban de los parques donde jugaban de niños, comerciantes que contaban anécdotas de un Juárez más verde, menos pavimentado, más cercano.

Mientras que María lo define así: “Lo importante es que brote la imaginación, que la gente recuerde, que diga: ‘Ah, sí, cierto, ya ni me acordaba de que aquí conocí a mi mejor amigo’. Esa chispa es memoria viva.”
Más allá de la divulgación, estos jóvenes reconstruyen el tejido social a partir del arte, en un esfuerzo por devolverle al pueblo su voz y su memoria, donde las marionetas, los cuentos y las risas ayudan a que la gente se reconozca entre sí, reflexiona Hernani.
Y en tiempos donde el olvido parece avanzar más rápido que la historia, su labor representa que recordar también es un acto de amor.
**Con información de Gustavo Cabullo, de la UACJ**







