Cochista, es un término despectivo que usamos para referirnos a quién piensa que la forma ideal para moverse dentro de una ciudad es el auto, termina despreciando a quienes deciden hacerlo de manera diferente y está dispuesto a luchar por tener una ciudad con más espacio para los autos que para las personas.
Ignoran que las calles para la gente existían antes que los autos. Cuando llegaron los autos se tuvo que modificar la manera en que se veían las calles por medio de propaganda.
¿Por qué los autos tienen prioridad y es el peatón el que se tiene que desplazar hasta la esquina para cruzar? Antes no era así.
La campaña Jaywalking (Cincinnati, Ohio, 1923) promovida por General Motors y Ford, en lugar de ver la velocidad como un peligro ridiculizaba a los peatones distraídos y los responsabilizaba como un verdadero riesgo para la seguridad vial.
Claro, la velocidad es parte de su producto de venta. ¿Quién quiere comprar un auto lento?
Así, los peatones nos volvimos en los culpables de nuestra propia muerte. La velocidad quedo descartada.
El automóvil es un espacio muy personal, alguna vez tuve uno y se convertio en una extensión de mi cuarto y oficina. Ahí guardaba desde chamarras por si hacía frío hasta libros que estaba utilizando, incluso, alguna vez el auto me sirvió como escondite para caricias furtivas de juventud.
Creo entender que el auto se vuelve algo tan personal que motiva olvidar el mundo que nos rodea. Pensamos en el auto como si fuera parte de la persona.
¿Qué importa si yo me paro en la banqueta? Es decir, ¿qué importa si me estaciono en la banqueta? ¿Qué importa si mando un mensaje? Es decir, ¿Qué importa si mando un mensaje mientras conduzco?
Es tarde, debo apurarme, es decir, debo acelerar a velocidades que pueden ser un factor importante en una fatalidad. Debo dar vuelta a la derecha y sólo volteo a la izquierda pues es de dónde vienen los autos… es decir, los peatones no existen.
Por eso el término cochista, en esta lucha por recuperar el espacio que nos robó el auto es despectivo. Pinche gente, ni saben que uno existe.
Se siente terrible tener que exponer a tu bebé en carriola porque el cochista cuida su auto sobre la banqueta. Se siente horrible que casi te atropellen porque el cochista no mira para ambos lados antes de cruzar.
Se siente cierto tipo de desprecio que viajando en bici tengas que buscar cómo meterte al flujo vehicular porque un cochista se estacionó sobre la ciclovía.
También se siente terrible la cantidad daños y muertes que hay al año por siniestros viales, pero para los cochistas son cosas que nunca les pasará a ellos. Lo que debemos entender es que en esta disputa por la ciudad los cochistas son como nosotros.
No son los gasolineros que se benefician del exceso de autos, no son los contratistas que ganan contratos millonarios para pavimentar con mala calidad y después cobran por bachear, no son los inmobiliarios que venden fraccionamientos donde sólo se puede llegar en auto y tampoco son los funcionarios que autorizan todo…
¿Por qué? Bueno, tengo mi sospecha que es porque reciben algún beneficio pero no tengo evidencia de ello. Dicen, pero no me consta que en los tiempos de Héctor Murguía se llamaba diezmo pues era el 10 % en efectivo de la obra que se contrataba.
En realidad, los cochistas son víctimas de un engaño. Les hacen pensar que pueden tener un auto, cuando poca es la gente que puede tener acceso a un vehículo de agencia, aquí en la frontera se consume la basura de Estados Unidos, y no es malo reciclar, pero parecemos más un basurero.
No podemos poner en el mismo nivel el reusar ropa que el reusar un auto. La ropa usada no contamina ni incrementa el tráfico ni promueve la corrupción. La gente batalla para tener los autos en buen estado y muchas veces ni siquiera se tiene espacio para guardarlos. Por eso en las colonias es común encontrar autos estacionados en doble fila y arriba de las banquetas.
Cabe aclarar que el tener auto no es un derecho. El derecho es poder elegir cómo moverse dentro de la ciudad. Estacionarse no es un derecho, el derecho es poder circular de manera segura.
Al final del día, los cochistas son gente que también tratan de sobrevivir en esta ciudad. Actúan como les han dicho que deben actuar, les han impuesto el auto como única forma de movilidad y es lo que defienden. Pero son como el resto, somos lo mismo.
No nos ven, nos atropellan y nos ponen en riesgo. Pero vivimos donde mismo.
Por usar las calles hay muchos pleitos. Me muevo en bici y he visto que la calle es un escenario de actuaciones que dejan clara la postura que se tiene. Me gusta asustar a automovilistas, me pitan y se enojan; me gusta juzgarles con la mirada y también se enojan.
Me he metido en problemas por rallar un auto estacionado en la banqueta y tuve que huir con mi hija e hijo. En otra ocasión fui corriendo a apoyar a mi hijo que fue perseguido por un cochista enojado que lo vio caminar por arriba del cofre de su auto estacionado, también en la banqueta.
Mi hijo, menor es más considerado, me ha regañado seriamente cuando circulo en bici por la banqueta. Si vamos caminando, me ha invitado a cambiar de acera o esperar un poco cuando parece que alguna chica se siente amenazada de que dos tipos vayan en su misma dirección.
Lo bueno es que en este muy largo performance de disputar con gente como yo el espacio público las cosas van cambiando. También tenemos gestos de amabilidad. sonreímos si alguien nos deja pasar o cedemos el paso cuando un auto disminuye la velocidad porque sabe que alguien camina o circula en una intersección.
Ya es raro que un automovilista me pite si en alguna calle voy en el medio del carril (claro, no lo hago en el 4 siglos o Avenida las Torres). Lo que antes era común ahora es raro. Son raras las personas que ahora rebasan muy pegadas a quienes circulamos en bici, antes era lo común.
Luchar contra iguales la calle es una sinfonía de mentadas, sustos, gestos amables y sonrisas. Siento que hay algo de juego en todo esto. Puedo gritar un, chinga tu madre o un párate güey y cuando se han parado he huido en dirección contraria, es más, una vez que no lo hice me reventaron la boca y no respondí.
Es decir, está disputa por la calle, no me ha generado tal odio que me haga desear hacerle daño al prójimo, después de todo, somos parte de la misma comunidad.
Los que si me tienen sin cuidado son los intereses de gasolineros, políticos, contratistas y desarrolladores. Por mí, que lo pierdan todo, total la mayoría tenemos poco que perder.
No se trata de que todos dejen sus autos, se trata de que si hay otras opciones como un transporte público eficiente y suficiente, banquetas, ciclorutas y todo con seguridad que el regresar a casa sea una certeza, pues la gente las pueda elegir.
La respuesta de que eso se podría construir a largo plazo pero que mientras se debe hacer algo de manera inmediata la escucho desde el siglo pasado y en 25 años se nos fue el largo plazo y ninguna alternativa de corto plazo o atención inmediata ha parecido funcionar.
Bien puede ser el momento de empezar a poner orden en el desarrollo urbano, en educarnos sobre lo que es una ciudad para las personas y en la formación de comunidad.
Quienes se enriquecen con esta forma de ciudad son el enemigo, no las personas que sólo tratan de sobrevivir, porque para vivir debe haber, paz, seguridad y uso y disfrute de las ventajas de vivir en la urbe.
El gobierno, en este caso el municipal, es el responsable de garantizar una buena administración urbana. Es a quién le debemos de exigir, dejarlo por su cuenta sólo nos ha garantizado el beneficio de muy pocos y una vida de riesgos para el resto.
Ya no les puedo llamar cochistas, pues les reconozco como personas a pesar de que para ellos ni existo, ni importo. No son del pequeño grupo que se beneficia de una ciudad para autos, son sus víctimas también, en un rol del que muy probablemente no sean conscientes.
He sido parte de la confrontación, sin duda, pero puede ser momento de empezar dialogar, a ser diferente, no importa si eres migrante, negra, punketo, emo, otaku, trans, viejo, mujer, jonqui, indigente, bellacos, madre soltera, LGBTIQ+, bruja, indígena o qué sé yo.
Pero para cambiar este mundo que ya está muy culero, debemos empezar a dialogar, no estaremos de acuerdo en todo y en muchas cosas seguramente hasta seremos polos opuestos.
Pero estamos donde mismo, si nos concentramos en odiarnos y ridiculizarnos las únicas personas que se verán beneficiadas son las que viven de nuestro sobrevivir y los gobernantes que hacen negocios con ellas.
Un buen punto de partida es todos los derechos para todas las personas. Esa es la exigencia al gobierno, que recibe los recursos para ello y nada menos que eso.