En una comunidad marcada por el abandono urbano, las promesas sin cumplir y la desigualdad persistente, una maestra sostiene desde hace nueve años un comedor escolar que alimenta a más de 200 niños al día.
Sin apoyo gubernamental y dependiendo únicamente del esfuerzo colectivo de madres y padres de familia, la profesora Elizabeth Nieto alza la voz hoy, pero no para hablar de su trayectoria educativa —que suma ya 43 años— sino para pedir algo tan básico como urgente: ayuda para alimentar a sus estudiantes.
La escuela primaria Francisco González Bocanegra, ubicada en Riberas del Bravo IX, al oriente de Ciudad Juárez, es más que un espacio de enseñanza, pues es un refugio en medio del deterioro urbano y social.
Mari, una de las madres voluntarias, coordina el #comedorescolar de la maestra Elizabeth Nieto, en la zona de Riberas del Bravo etapa IX. Su día comienza a las 11:30 de la mañana y, junto a otras dos mamás, prepara la comida para más de 150 niños en #CiudadJuarez pic.twitter.com/DanoBqhqfa
— Circuito Frontera (@Circuitofronte1) May 13, 2025
Desde ahí, la directora Elizabeth Nieto ha impulsado uno de los proyectos más comprometidos con la infancia: un comedor escolar sostenido a base de donaciones voluntarias y el trabajo desinteresado de madres de familia.
“Porque aquí lo que necesitamos es recurso para que los chicos coman. Estamos en Riberas 9, un contexto que yo llamaría desolado en cierto momento, de abandono por muchas formas: en las calles, en la basura, en un sinfín de cosas”, dijo.
La historia de esfuerzo que comenzó con una promesa rota
El comedor inició durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, como parte de la “Cruzada Nacional contra el Hambre”, pero la ayuda del programa federal duró apenas dos meses.
A partir de entonces, padres de familia y docentes organizaron turnos, listas de insumos y rutinas de cocina para que los estudiantes no dejaran de recibir alimento.
“Mis alumnos preguntaban:’¿Hoy no vamos a comer?”, recordó la directora.

Ante esta situación, no fue opción dejar que se fueran con el estómago vacío. El plan se reorganizó con tres niveles de participación: quienes compran los insumos, quienes cocinan y quienes sirven los alimentos.
Actualmente, el comedor no cuenta con ningún tipo de financiamiento gubernamental, pero sigue operando gracias a la comunidad.
Cada día, entre 150 y 250 niños reciben alimento caliente. A veces lentejas, otras veces albóndigas, sopa, banderillas, hot cakes o caldo.

El menú es sugerido por una nutrióloga que realiza su servicio social en la escuela, quien diseña las porciones y equilibra los nutrientes. Las madres de familia lo ejecutan con cariño, creatividad y, muchas veces, con lo mínimo.
Mari, una madre voluntaria que alimenta a más de 200 niños
Mari, una de las madres voluntarias, coordina el comedor. Su día comienza temprano: llega a las 11:30 de la mañana y, junto a otras dos mamás, prepara la comida para que esté lista entre la 1 y 2 de la tarde. Luego, durante tres horas, los niños entran por grupo para recibir su plato de comida.
“Ellos se acercan a preguntarme qué va a haber hoy, si mañana va a haber comedor. Trato de variarles la comida. Les preparo desde unas lentejas hasta hot cakes. Los niños están contentos con lo que les damos”, platicó.
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Ella, como muchas otras madres, no recibe pago alguno. Su único incentivo es saber que su hijo también es beneficiado.
El comedor pide una cooperación voluntaria de 5 y 10 pesos a los niños que pueden pagar, dependiendo del menú.
El comedor de la maestra Nieto brinda alimentos a entre 150 y 200 niños / Galería: Eva Ramírez
Con ese dinero se compra gas, agua o condimentos. A quienes no pueden contribuir económicamente, igual se les sirve el alimento, pero a nadie se le niega un plato de comida, aseguró la maestra Nieto.
Un espacio de dignidad en medio del abandono
Para la directora, el alimento no es un lujo ni un servicio extra: es un derecho humano básico: “El alimento no se puede negociar. Es diario y es un derecho para ellos”, afirmó.
Señaló que en una comunidad donde el transporte es escaso, las calles están llenas de baches que parecen cráteres y el entorno está plagado de basura, el comedor es un oasis de cuidado y estructura.
“No es agradable que nuestros niños se levanten y vean un montón de basura afuera de sus casas. O que sepan que el coche de sus papás no funciona porque nadie repara las calles. Aquí no existe apoyo alguno. Si observas, no hay hoyos: hay cráteres”, agregó la docente.
Frente a este contexto de precariedad, el comedor no solo alimenta cuerpos, también alimenta esperanzas.

Pues para muchas madres solteras o familias donde ambos padres trabajan en maquiladoras, este servicio es esencial. Sin él, sus hijos estarían expuestos a jornadas escolares en ayuno o mal alimentados.
Homenaje que se convierte en un llamado urgente
La profesora Elizabeth Nieto recientemente recibió un reconocimiento por sus 43 años de servicio como maestra y directora, pero aprovechó ese homenaje para lanzar un llamado colectivo.
“Aquí nadie se ha acercado: ni estatal, ni federal, ni municipal. A pesar de las promesas de campaña, seguimos sin apoyo. Ni siquiera un acercamiento para el comedor”, expuso.
Sin embargo, más que dinero, lo que solicita es apoyo sostenido: despensas, insumos, utensilios, becas alimentarias o simplemente, voluntad institucional.

Sueña con que el comedor se mantenga en manos de los padres, pero con respaldo técnico y económico que lo haga sostenible a largo plazo.
“Con esa disposición y esas ganas de ver la sonrisa de los chavos, nuestras madres de familia apoyan a su escuela. Hicieron 300 buñuelos el otro día, ¿saben lo que es freír 300 buñuelos en un día? Olvídense, tan solo imagínenselo”, platicó.
Educar desde la periferia
La docente explicó que siempre ha trabajado siempre en zonas marginadas, pero cree que los maestros deben estar donde más se les necesita.
“Siempre he trabajado en la periferia, en los cinturones de pobreza, porque ahí es donde debemos transformar la realidad”, comentó.
Para ella, la docencia va más allá del aula, pues es una misión social, un compromiso con la comunidad, por lo que sus exalumnos, muchos ya adultos, la buscan, la recuerdan, le agradecen.
“Mi mayor satisfacción es cuando me encuentran después de 20 o 30 años y me dicen: ‘Maestra, ¿se acuerda de mí?’ Ahí veo que hemos crecido juntos”, añadió.
El comedor necesita apoyo, ahora
El legado de la maestra Nieto es una muestra de lo que significa educar con el corazón, sostener con convicción y resistir con ternura, pero su proyecto más vital es el comedor escolar, el cual atraviesa por una etapa crítica.
Expuso que sin donaciones ni respaldo oficial, el riesgo de que los niños se queden sin alimento es cada vez más real.

Por eso, su llamado no es sólo para el gobierno, sino a toda la comunidad, para las empresas, organizaciones civiles, profesionistas, estudiantes, ciudadanos o cualquiera que quiera sumarse; con granos, con aceite, con tiempo, con recursos o con difusión, porque todo cuenta.
“Lo más importante somos nosotras mismas. Y cuando estamos convencidas de quiénes somos, podemos mover el mundo. Porque si paran las mujeres, se para el mundo. Pero si las mujeres nos organizamos… lo podemos cambiar”, sentenció.
**Entrevista e imágenes de Eva Ramírez**