Hace muchos años me llamó la atención un libro del Premio Nobel de Literatura Alexander Solzhenitsyns, el título era “Carta abierta a los dirigentes de la Unión Soviética”. Años más tarde pude encontrar otro de sus libros, narra su experiencia en la vida de uno de los presos políticos que estaban en Siberia, la región más congelada de la antigua URSS. Eran tiempos difíciles, la vida de Iván Denísovich, era la vida de cualquiera de los miles de presos políticos que habían llegado a Siberia simplemente por no estar de acuerdo con el régimen político de la República Soviética.
Hoy parece ser que la novela “Un día de la vida de Iván Denísovich” toma de nuevo vida en la trágica comedia política del gobierno de la república mexicana. Tal pareciera que los regímenes autoritarios quieren regresar e imponerse sobre las democracias, donde los hombres y mujeres somos libres. Esa libertad que nos permite decir no estamos de acuerdo, esa libertad de poder pensar de forma diferente, la posibilidad de ser divergente, la libertad de opinar, pensar y del disenso son las libertades que nos quieren quitar como mexicanos.
A los dirigentes de esta nación, les podemos escribir una carta abierta, salir a las plazas públicas no sólo en una ciudad que ha centralizado la vida nacional, sino en las más de 100 ciudades importantes del país para decirles que en el discurso oficial hay divergencias con la historia, con las promesas de campaña no cumplidas, con la visión de país que queremos los mexicanos y con la visión que quieren imponernos como régimen autoritario.
La primera premisa es señores dirigentes, la democracia está por encima de los deseos y voluntades del propio gobierno, que se engolosina con el poder y que tratarán de mantener por medios fraudulentos. Para permanecer en el poder quieren el control del Instituto Nacional Electoral (INE). Las marchas que se hicieron en todo el país mandaron un mensaje muy claro, el INE no se toca. Por si no lo leyeron bien, ese fue el mensaje.
Las reformas que se han dado en el país permitieron construir una democracia mexicana, un estilo propio donde podemos afirmar que, sin lugar a dudas, en un proceso electoral se desconfía de todo, empezando por el bolígrafo, la pluma, la crayola o el lápiz con el que se marca una boleta electoral. Ese es el tamaño de la desconfianza en los procesos electorales en México.
Las boletas electorales son prácticamente infalibles, la credencial de electoral con más medidas de protección que el mismo pasaporte mexicano o uno de corte internacional. Existe un listado nominal que contribuye a darle certeza y legalidad a cada proceso electoral, que por cierto hace que ningún proceso electoral de la era moderna y democrática mexicana sea igual.
El número de observadores electorales, la representación ciudadana en la integración de las mesas directivas de casilla, la representación de los partidos políticos y la cobertura mediática de los medios de comunicación es tan vasta y llena de capacitación profesional que hacen de la democracia un ejemplo internacional en la organización de las elecciones.
Por si fuera poco, los mecanismos de protección de los derechos político – electorales de los ciudadanos, la posibilidad de revisar casilla por casilla el resultado de cada voto es un fenómeno que no se aplica en otros países que se jactan de ser democráticos.
Las reglas del juego siempre han sido impulsadas por la oposición, sin embargo, hoy son impulsadas por el gobierno para ser simples y vulgares delincuentes electorales: “quieren que en el campo de juego la portería de la oposición sea más grande y la portería del partido en el poder achicarla para que no les metan gol”. En conclusión, señores dirigentes, con el INE no se juega y menos con la democracia mexicana.