Dicen que un hombre conocido como El Curro camina en silencio en los oscuros caminos de la antigua Santa Eulalia, sin tocar el suelo y con la figura envuelta en una capa negra.
Se trata de una leyenda que ronda en la población minera de Aquiles Serdán, cuyo nombre originalmente fue el de Santa Eulalia de Mérida y que está situada a poca distancia de la ciudad de Chihuahua.
Pero no es un hombre cualquiera, sino un alma en pena, maldecida a vagar por la eternidad por haber roto una promesa que le hizo a Dios. Así lo ha contado la leyenda por generaciones.
El origen se remonta alrededor de 1890, en tiempos posrevolucionarios, cuando la riqueza de las minas de plata atrajo a muchos aventureros, incluido este acaudalado español.
El Curro, según cuentan, había sido un hombre rico y poderoso que, al caer gravemente enfermo, prometió a Dios que donaría parte de su fortuna a la Iglesia si recuperaba su salud.
Y así fue, se curó milagrosamente, pero al verse fuerte y sin dolencias, su promesa fue olvidada, sepultada en la comodidad de la vida.
Los días pasaron, y la soberbia lo llevó a ignorar el pacto divino. Poco después, la muerte lo sorprendió de forma fulminante, llevándose su vida, pero dejando su alma atrapada entre este mundo y el otro.
La leyenda de El Curro comenzó a tejerse en el mineral de Santa Eulalia, la historia del minero español que había muerto por traicionar a Dios, pero que su figura comenzó a aparecer a quienes trabajaban los peligrosos turnos de la noche en las minas.
Los testigos, generalmente hombres rudos y curtidos por el trabajo bajo tierra, describían su encuentro con una figura fantasmal que flotaba, vestido con un sombrero extraño, capa negra, y botas acharoladas.
Sin embargo, El Curro no era un simple espectro, sino un ser que pedía un favor. En un tono pausado, pero firme les imploraba: “He fallado a Dios y por eso estoy condenado a vagar. Cumple por mí lo que yo no hice, entrega mi donativo a la Iglesia y, a cambio, te revelaré el escondite de mis riquezas”.
Cuentan que aterrorizados, los hombres regresaban a sus casas con el corazón acelerado y sus mentes se ocupaban por la propuesta del alma en pena.
Algunos murieron sin haber hablado más del encuentro. Otros cayeron en la locura, incapaces de soportar el peso de lo que habían visto.
El pueblo comenzó a susurrar sobre este fenómeno y los nombres de aquellos que se enfrentaron al fantasma se convirtieron en leyendas locales.
Uno de los relatos más conocidos habla de Federico Castañeda, un minero que después de encontrarse con El Curro quedó postrado en cama, mudo y sin voluntad.
Otra historia cuenta que Fructuoso Gutiérrez, un hombre famoso por su destreza en las fiestas y en la seducción, perdió la razón tras cruzarse en el camino del fantasma y fue enviado al manicomio, de donde nunca salió.
Con el tiempo, la figura de El Curro se volvió parte de la cotidianidad de Santa Eulalia de Mérida.
Los ancianos oraban en silencio cuando su nombre era mencionado, las mujeres encendían veladoras y los hombres más valientes pedían protección a la Virgen y a los Santos antes de adentrarse en los cerros.
Sin embargo, la historia de El Curro no quedó confinada a las generaciones más antiguas, pues para la década de 1940, el rumor se reavivó de nuevas apariciones.
Dicen que los niños, llenos de curiosidad y valentía juvenil, comenzaron a salir en grupos por la noche, armados con resorteras y piedras, desafiando al fantasma con gritos y burlas.
Aunque no lo hacían por desprecio, sino con la esperanza de ser “los afortunados” que descubrieran el tesoro que El Curro ofrecía.
A pesar de los años y del escepticismo que ha crecido en torno a su leyenda, el fantasma de El Curro sigue vivo en la memoria colectiva de la población de Aquiles Serdán.
Algunos afirman que aún se le ve caminando por los senderos solitarios al caer la noche, buscando a alguien que cumpla la promesa que él no pudo.
Y aunque las nuevas generaciones lo ven como una simple historia de miedo, las viejas almas del lugar siguen lanzando oraciones al aire, con la esperanza de no cruzarse jamás con el hombre que falló a Dios.
**NOTA: Aunque existen muchas versiones de esta leyenda, esta versión fue tomada de Óscar W. Ching Vega, quien lo relata así en el libro “Nueve leyendas de Chihuahua”.
Iglesia de Santa Eulalia
La historia de Santa Eulalia comenzó en 1707, tras el hallazgo de una veta mineral en las montañas al este de la hacienda de Tabalaopa.
Inicialmente, este lugar fue la cabecera de la alcaldía mayor hasta el 12 de octubre de 1709, cuando pasó a formar parte del municipio de Chihuahua. Y fue hasta el 20 de julio de 1901 que se le otorgó la categoría de municipio libre.
Sin embargo, la fundación del mineral de Santa Eulalia se remonta a 1652, cuando el capitán Diego del Castillo reportó su descubrimiento al capitán Francisco de Bustamante de San Diego de Minas Nuevas.
El capitán Antonio de Montes fue designado como responsable del lugar y la mina fue nombrada Nuestra Señora de la Soledad, mientras que el real de minas recibió el nombre de Santa Eulalia de Mérida en honor a la santa.
Actualmente este espacio es considerado como un monumento histórico, de acuerdo con la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos.
FUENTES:
- “Nueve leyendas de Chihuahua“, editado por la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH).
- Misiones Coloniales de Chihuahua
- Leyendas, historias, fantasmas y narraciones de horror de México