En el momento más crítico de la pandemia por COVID-19, mientras hospitales colapsaban y el personal médico se enfrentaba al miedo y la escasez, Sandra López Miranda no sólo fue testigo del caos, sino una pieza clave en la reconversión hospitalaria.
Ahora, en este 12 de Mayo, Día Internacional de la Enfermera, desde la dirección académica de la Escuela de Enfermería de la Cruz Roja, Sandra platicó que quienes se dedican a este oficio tienen una profunda vocación pues, a pesar del riesgo, continuan brindando cuidados.
Refirió que durante el periodo de pandemia, acompañó al personal de salud en una de las etapas más dolorosas de su trayectoria, marcada por la pérdida de colegas y la transformación radical de los espacios de atención.
Aunque para entonces ya no ejercía en piso, vivió de cerca la emergencia, donde supervisó registros, entregó insumos y, en muchos casos, anotó los nombres de quienes no sobrevivieron. En esos momentos, dice, se confirmó la esencia de su vocación: servir.

“Nos tocó dejar insumos, vivir con escasez, registrar datos… incluso registrar muertes de colegas, familiares, médicos. Y ahí entendí que la vocación no se dice, se demuestra”, relató la enfermera de 53 años de edad.
Ver a compañeras dormir en hospitales, dejar a sus familias y exponerse sin garantías, fue para ella una muestra clara de lo que significa ser enfermera.
Una vocación que nació en el desierto
Con 35 años de experiencia, Sandra ha transitado por clínicas rurales, hospitales públicos y aulas de formación.
Su vocación nació en San Agustín, un poblado ubicado a 30 kilómetros de Ciudad Juárez, donde la falta de servicios médicos la impulsó a formarse como auxiliar de enfermería.
Más tarde, sin dejar su comunidad, se trasladaba diariamente a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez para cursar la licenciatura.
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Después de una década en la clínica de su pueblo, ingresó al Hospital General, donde obtuvo diversos reconocimientos.
“Ser enfermera es una forma de vida. Es cuidar al más vulnerable, pero también educar, formar, acompañar (…) Yo enseño cómo me gustaría que me cuidaran a mí”, declaró.
Educar para sanar: la docencia como legado
El paso del tiempo la llevó a compaginar la práctica con la docencia, convencida de que la enfermería no sólo se ejerce junto a una cama hospitalaria, sino también al formar nuevas generaciones con conciencia y compromiso.
Expresó sentirse agradecida de haber encontrado un lugar en la Cruz Roja Mexicana, donde se desempeña como enfermera, pero también como maestra, en donde busca enseñar a las futuras generaciones la pasión de esta noble profesión.
Entre las experiencias que marcaron su vida, señaló el caso de una joven con insuficiencia renal que logró recibir un trasplante gracias a la donación de órganos.
La paciente, al referirse al nuevo riñón como su “bebé recién nacido”, le recordó el verdadero significado de su profesión: dar vida para que otros puedan seguir viviendo.
Para Sandra, ser enfermera es una forma de vida que exige formación continua, entrega y humanidad.
Lamentó también que parte del enfoque humanitario se haya perdido en algunas generaciones, por lo que desde su rol como docente, insiste en la importancia de profesionalizar el cuidado y de dignificar el trabajo del gremio.
Convencida de que servir es el mayor privilegio, aseguró que enseña como le gustaría ser cuidada: con respeto, atención y empatía, pues para ella, ser enfermera es estar presente en cada etapa de la vida, incluso en la despedida.