Mi hija me presta un libro publicado por la editorial Severo, de Quito, una de las más interesantes editoriales independientes que se han ido forjando en el Ecuador en los últimos años. Se titula: “Lo que fue el futuro“. Su autora: Daniela Alcívar Bellolio.
Me llevo el libro y lo leo durante varios días. Tengo la presión de entregarlo pronto a su dueña, quien tiene también el deseo apremiante de leerlo.
Lo que escribo aquí es fruto de esa primera y apresurada lectura. No es la de un sesudo crítico ni la de un exigente académico. Es la impresión de un simple lector.
Conocí a Daniela en la Feria Internacional del Libro de Montevideo, a donde fue invitada, junto con un grupo importante de otras escritoras y escritores ecuatorianos de diferentes generaciones y regiones.
La vi por primera vez en un conversatorio en el cual participó junto a otra joven escritora ecuatoriana de su generación: Gabriela Ponce Padilla.
Revisando mi archivo de entonces, las veo a las dos sentadas frente a una mesa sobre la cual está una jarra de agua, dos copas, unos papeles, un libro.
Atrás aparece el afiche alusivo a la Feria, en la cual el Ecuador fue el país invitado de honor (para que quede en verso).
Gabriela lleva el pelo largo, suelto, tiene una expresión de tremenda seriedad y escucha con atención lo que dice Daniela, quien tiene su pelo castaño recogido en un moño.
Ambas se sujetan con sus propias manos. Gabriela las tiene entrelazadas, Daniela sostiene su mano derecha con la izquierda. Cuando terminó el acto, salimos a tomar un café y proseguir la conversación. Allí pude conocer más sobre su vida y milagros.
Recuerdo que ambas comenzaron su intervención reclamando al entonces ministro de Cultura y Patrimonio, Raúl Pérez Torres, porque en una ponencia que él presentó en la misma Feria, en días anteriores, ignoró a las nuevas generaciones de escritoras ecuatorianas que irrumpen con fuerza en la literatura nacional (e internacional). En verdad, tamaño error el que cometió Raúl, quien debió disculparse a través de algún escrito posterior.
Pero estaba hablando de Daniela y de su libro, publicado recientemente, en el cual me he sumergido fascinado durante varios días.
Es un ejercicio extraordinario de la memoria, como bien apunta Giovanna Rivero, en su análisis, pero es también un homenaje sentido (desgarrador) a su hijo muerto, a su tiempo, a la amistad, al amor.
Es la voz de su generación, de la generación de mis hijas e hijos. Es un retrato descarnado de su relación marital (el compañero que la traiciona con su mejor amiga) y familiar (un padre alcohólico, una madre desesperada); una investigación dolorosa y valiente en la vida de su abuelo materno, el también escritor Walter Bellolio; una denuncia (nunca está una demás) contra el machismo y el abuso sexual de profesores, parientes y guardianes a las niñas.
Una evocación de ciudades: Guayaquil (donde Daniela nació en el año 1982), Quito (donde ha vivido la mayor parte de su vida), Buenos Aires (donde estudió su carrera de Letras).
Una crónica del levantamiento popular e indígena de octubre de 2019 en el cual ella y sus amigas tuvieron una participación activa, decidida, quisieron ser, definitivamente, protagonistas de una rebelión contra la mentira, la injusticia, la miseria.
Un enjuiciamiento duro, también, a las generaciones precedentes, las nuestras, que no supimos avanzar en nuestras propuestas y nos quedamos entrampados en nuestros propios engaños.
En fin, uno de los libros más hermosos que he leído de los escritos en Ecuador, en estos últimos años. Hay gente (sobre todo algunos críticos exquisitos) que se molestan con las novelas autobiográficas.
¿Qué novela, qué libro, como decía Borges, no tiene ningún componente autobiográfico? Las llaman burlonamente las “novelas selfie”.
Respetamos sus autorizados y pomposos criterios. Cuando un libro logra atraparnos (y ese el milagro a celebrar) puede ser que cuente el viaje al fondo del mar, la llegada del hombre a la Luna, la transformación de un hombre en insecto, las aventuras de un loco caballero o la supuesta insignificante vida de una mujer de la limpieza.
Lo que importa es que el lector o lectora no abandone el libro y siga con el autor o autora hasta el final, riendo y llorando, sufriendo y aprendiendo, dejando en la lectura un poquito de la sangre que el escritor o escritora derramó para contar esa historia. Lo demás es embuste, pose o canallada.
Ya me había entusiasmado leyendo dos libros anteriores de Daniela: la novela corta Siberia (Luna de bolsillo, 2018), escrita en un tono parecido a Lo que fue el futuro; y el libro de ensayos Parrarayos (La caracola editoras, 2021). No me equivoco (no quiero equivocarme) si estamos frente a una de las más brillantes y talentosas escritoras latinoamericanas de su generación.
Una felicidad, querida Daniela, haberte conocido en Uruguay y seguir leyendo con admiración tus libros. Y felicitaciones a la editorial Severo por la impecable y hermosa edición de Lo que fue el futuro que podría haberse titulado también, como uno de sus capítulos: No hay final ni principio.
**Este texto se publica como una colaboración con la revista literaria delatripa, una revista hecha en México dedicada al cuento, minificción y ensayo**