Desde tiempos inmemoriales, al observar cada sección de los mapas que delimitan nuestro estado es prácticamente imposible no admirar la frontera que marca nuestro territorio con Estados Unidos y con otros estados. Sin embargo, es con los vecinos del norte con quienes hemos transitado a lo largo de siglos, por las coincidencias que la historia nos ha dejado plasmado en la piel. Desde los primeros pobladores, los mestizos y las nuevas generaciones.
En Chihuahua hablar de la frontera es hablar de Ciudad Juárez. Su trascendencia desde que solo era un desierto que cubría gran extensión de tierra árida, atravesada por el Río Bravo, nos invita a reflexionar sobre tantos eventos que sucedieron a lo largo de esa caudalosa fuente de vida, en la que nuestros abuelos o tatarabuelos fueron protagonistas luchando contra los indios bárbaros, quienes defendían su territorio, su casa, su hogar y su familia.
La lucha que se llevó a cabo por siglos fue una lucha fraterna, ya que al encontrarse las dos culturas (los nativos contra los mestizos) se presenta una guerra física, moral y espiritual: no importaban los intereses económicos, lo que predominaba era la defensa de lo propio, lo tuyo, lo que es de mi familia, de mis hijos. La incógnita es ¿Quién tenía la razón?
Los nativos como dueños de las tierras en las que se asentaban y cazaban o eran lugares de descanso para seguir por la pradera la huella de los bisontes. Por otro lado, los blancos, los españoles, los estadounidenses o los mexicanos finalmente mestizos todos que buscaban proporcionar a sus familias una mejor vida, defendían cada uno lo que consideraba de su propiedad.
El indígena ahí vive, pero el español es un conquistador que “la corona” le autoriza la ocupación de los territorios descubiertos y, no solo eso, sino que lo que vaya explorando, lo va adjudicando a la corona española de lo que él también obtendrá un porcentaje de beneficio, sin importar tribus o líderes indígenas que estén ocupando dichos territorios.
Una de las estrategias de los españoles para ocupar los territorios descubiertos y poblarlos, fue ir negociando con las tribus indígenas que se encontraban, así como el establecimiento de misiones y presidios, en los que se aprovechaban para que los pobladores hispanos tuvieran un lugar en donde vivir y guarnecerse de los ataques de los nativos con quien no se pactara la paz.
Surgiendo, de este modo, en el territorio de lo que hoy es Chihuahua, Janos, El Paso del Norte (Ciudad Juárez), El Carrizal, Presidio del Norte (Ojinaga), Conchos, Presidio San Carlos (Manuel Benavides), El Príncipe (Coyame), etc.
Presidio, es el nombre que se le daba a una guarnición de soldados que se ubicaron en plazas para su guardia y custodia. Esto surge varios años después de la llegada de Hernán Cortes, en febrero de 1519, ya que pasan unos 26 años.
No es hasta por 1546 que descubren las minas de plata en Zacatecas, que era considerado el norte, y otros 30 años más tarde, ya que en la década de 1570 se inicia con esta idea. Esos lugares estratégicos, en los que hay población ibérica y requieren de protección.
Con este proyecto de fortificaciones en las fronteras o lugares más apartados considerados territorios hostiles. Primero se concibió como una instalación militar, con fuerte influencia política y socioeconómica, para fomentar el desarrollo de la comunidad que protegía, promoviendo la población de estas instalaciones.
De 1645 a 1652 hubo sangrientas rebeliones tarahumaras en la Nueva Vizcaya, que se conformaba por los estados de Durango y Chihuahua, las cuales fueron sofocadas, pero también se desarrollaron levantamientos de los tobosos, conchos, cabezas, mamites, salineros, julimes y colorados, siendo los más feroces los tobosos, que bordeaban la frontera con Coahuila y en el área del Nuevo México.
Había esporádicos ataques de los apaches que ante estos ataques de las diversas tribus y para lidiar con la creciente hostilidad los españoles deciden crear en 1683, el presidio de El Paso del Norte, asignándoles una compañía de 50 hombres para vigilar un tramo de 563 kilómetros (Conchos a Paso del Norte).
El presidio fue diseñado para defender la misión, el pueblo, la hacienda, el rancho y la mina, establecidos en la frontera hostil indígena del norte de México, además de algún ataque o invasión de otra potencia rival española, como podía ser franceses, rusos o ingleses.
A partir de 1748 se reportó al rey de España la falta de caballos y soldados para los presidios, ya que dejaron de supervisar las comunidades tarahumaras y estos empezaron a abandonar las misiones y los presidios, para internarse en lo más profundo de la sierra y las incursiones de los apaches eran más frecuentes.
Después de más de medio siglo de una precaria paz con la Nueva Vizcaya y provocando que la ferocidad y magnitud de los ataques de los apaches determinara la decisión de España de declararle la guerra a esa nación, ya que desde el Bolsón de Mapimi hacia el este y desde el Valle del Río Gila (en el noroeste), los barbaros comenzaron a saquear el interior de la Nueva Vizcaya.
La Nueva Vizcaya incluyó los actuales estados mexicanos de Chihuahua y Durango, así como áreas del oriente de Sonora y Sinaloa, así como el suroeste de Coahuila, determinando que de 1749 a 1763 los apaches asesinaron a más de 800 personas y destruyeron haciendas y bienes por cuatro millones de pesos, en una extensión de 3 mil 200 kilómetros alrededor de Chihuahua.
Bajo el Reglamento de 1772, que el Teniente Coronel Hugo O´Conor puso en operación, el presidio de Nuestra Señora del Pilar de Paso del Norte fue cambiado a la Hacienda del Carrizal, además de organizar dos campañas en contra de los apaches en los seis años que duró en la Nueva Vizcaya.
Para 1777, los Apaches Gilas incrementaron los ataques a Paso del Norte y la paz pactada con algunas parcialidades de utes y navajos se veía afectada por las invasiones ocasionales de los Apaches Lipanes, que fueron desterrados por Los Comanches, una vez que se pactó la paz con esta tribu.
Las tribus de apaches de paz que se asentaron en las goteras del Paso del Norte eran mescaleros y jicarillas principalmente, quienes comercializaban los pocos productos que recibían de los apaches de guerra que ellos alojaban, además de recibir sus regalos y alimentos que las autoridades presidiales les entregaban para mantener la paz.
En 1779, Teodoro de Croix planea aumentar la fuerza presidial, pero debido al crecimiento de El Paso del Norte, lo cambia para promocionar un gran asentamiento en esa comunidad, ya que perdió el título de Presidio. Debido a ello, organiza un cuerpo de Milicia Provincial, integrado por ciudadanos e indígenas auxiliares.
Para 1787, las naciones comanches, ute y navajos hicieron las paces con los españoles y unas parcialidades chiricahuas y ocho partidas de mescaleros, entre 800 y 900 individuos asentaron su residencia en el Paso del Norte, viviendo en paz entre las tribus que duraron así hasta 1889. Sin embargo, por años las autoridades trataban a las parcialidades apaches con tanta preferencia que no trabajaban y eso se notó y afectó las relaciones con otras tribus.
En 1810 se lanzan a la lucha por esas inconformidades, lo que el gobierno nacional independiente controla, pero en 1821, ya con un gobierno nacional independiente de México, inicia una re-pacificación.
En el caso de la formación de la comunidad El Paso del Norte, las parcialidades que ocuparon un espacio dentro de los límites establecidos por las autoridades mexicanas debían de abstenerse de atacar a otras parcialidades apaches, con el fin de mantener el respeto a la vida.
Además, proponerles no huir de las comunidades que vivían en los presidios. Cada capitán de grupo debía ser respetado por la tribu y aceptar los castigos que impusiera en caso de faltas. Los nativos designados por las tribus recibirían regalos y un salario asignado por la autoridad presidial o de la comunidad.
Los apaches que huyeran de la comunidad serían perseguidos, todos los integrantes de la parcialidad deberían mantener pláticas sobre la conveniencia de vivir en la comunidad y mantener la fidelidad a las autoridades; se debería resaltar las ventajas de vivir una vida sedentaria y dejar la vida nómada.
A los apaches se les permitiría salir a cazar en sus caballos, pero su familia permanecería en el asentamiento para asegurar su regreso, así como el visitar a sus familiares si se encuentran en otras reservaciones o pueblos. Las familias se podían retirar de los asentamientos para buscar y recolectar alimentos silvestres para su sostenimiento.
Los apaches que cometieran un delito serían apresados y enviados a Chihuahua, con el respeto debido, pero ya no regresarían a su asentamiento fronterizo. Los guerreros se comprometían a vivir una vida tranquila en el asentamiento, pero dispuestos a ir de campaña si la autoridad los requería. A las familias apaches asentadas se les entregaría maíz, trigo, tabaco, azúcar, sal y carne semanalmente, cada lunes, pero solo a los que vivieran en el perímetro del presidio o colonia, en un radio de 15 kilómetros a la redonda.
Los comandantes oficiales hacían un reporte mensual de un censo que elaboraban de los apaches bajo su supervisión, el cual incluía nombre y número de personas de cada grupo, sexo, edad, estado civil, número de caballos o mulas que tenía cada persona, tierra que ocupaba, forma de sostener a su familia y distancia del principal puesto militar en la región.
También los que andaban de cacería o fuera del lugar, además los capelanes no podían presionar a los nativos para que cambiaran de religión que provocaran la huida de la persona incluida su familia.
Finalmente, les comento que este proceso se vivió aquí en Paso del Norte, lo que hoy es nuestra hermosa Heroica Ciudad Juárez.
Martín Javier Tafoya Domínguez es representante de la comunidad Ndee, N´nee, Ndé, comúnmente conocida como “apache”, de las cuales existen al menos 25 familias, conformadas por unas 250 personas en el estado de Chihuahua.