Hace ya más de 100 años que el barco “Titanic” se estrelló contra un iceberg en el océano atlántico, creyéndolo incapaz de hundirse. El incidente cobró la vida de miles de personas que viajaban sobre él, entre ellos, un mexicano que buscaba cambiar la historia del parque El Chamizal.
La historia de este colosal barco ha trascendido por generaciones y, desde aquel lamentable accidente ocurrido la noche del 15 de abril de 1912, ha sido la obsesión de coleccionistas, historiadores y artistas de toda clase en todo el mundo.
Su más famosa referencia es la película dirigida por James Camerón, colocada en cines en 1997, la cual trata de una historia de amor desarrollada sobre el barco antes, durante y después de su trágico accidente.
Basta con decir el nombre del barco para que una noticia tome relevancia internacional y llame la atención de todas las personas.
Muestra de ello, el lamentable accidente ocurrido hace apenas unas semanas en donde un submarino de nombre Titán, que trataba de llevar a una tripulación de 6 personas a conocer los restos del barco en el fondo del mar, implosionó ocasionando la muerte de sus pasajeros.
Gente de diversas partes del mundo subió a bordo de ese único viaje con destino final que hizo el navío y, entre ellos, por supuesto, iba un mexicano.
Se trata de un hombre llamado Manuel Uruchurtu, cuya misión durante esa travesía, además, se relaciona directamente con uno de los pasajes más interesantes en la historia de Ciudad Juárez.
Este hombre, de oficio licenciado en derecho, no fue chihuahuense, nació en la ciudad de Obregón Sonora en el año de 1972.
Su familia era partidaria de Porfirio Díaz, por lo que terminó sirviendo a este como legislador y diplomático.
Luego en 1911, la llamada Revolución Maderista triunfó en Ciudad Juárez, el presidente Díaz se vio obligado a renunciar a la presidencia en mayo, pero antes de hacerlo, dejó a los licenciados Joaquín Cassasus y Manuel Uruchurtu, la encomienda de representar a México en el Tribunal Internacional de Arbitraje para el Caso de El Chamizal, ubicado entonces en Europa.
Y es que, por aquellos años, recién se acaba de modificar frontera entre Estados Unidos y México, por lo que ambos países reclamaban el río como propio, y autoridades internacionales intervinieron para definir la frontera.
Antes de emprender su viaje, Uruchurtu estuvo en la frontera, buscando información, buscando testigos y pruebas para la comparecencia que estaba a punto de hacer.
Finalmente, en junio de 1911 se determinó que El Chamizal era mexicano, pero Uruchurtu, estando en aquel continente aprovechó para hacer una visita.
Al momento de buscar regresar, alguien le cambió el boleto deseando que viviera la experiencia de viajar en el gran barco, el cual ya era “sonado” a nivel internacional, como el que no podía hundirse.
Esta cuestión de azar, al intentar regresar a América fue lo que lo embarcó en esta nave, con el desenlace que ya todos conocemos.
Guadalupe Loaza, quien escribió el libro “El Caballero del Titanic”, el cual narra la historia de este personaje, relató que durante su viaje y al momento del accidente, Uruchurtu cedió un lugar en una de las balsas de naufragio a una mujer de nombre Elizabeth Ramell Nye.
Como diplomático, el hombre fue uno de los primeros en tener asegurado un sitio dentro de las balsas, que como ya se ha dicho antes, eran insuficientes ante la cantidad de pasajeros que tenía el barco.
No obstante, en ese momento se apareció Elizabeth, quien con su hija en brazos decía que quería subir también y, aunque los trabajadores que procuraban el orden trataban de impedírselo, Uruchurtu se puso de pie y le cedió el lugar.
La escritora señaló que este acto fue registrado en el Senado de los Estados Unidos, con la declaración de otra pasajera sobreviviente, Edith Louise Rosenbaum.
Se dice que lo único que le pidió Uruchurtu a la mujer que salvó, es que buscara a su familia y le contara lo sucedido, cosa que cumplió algunos años después, viajando a este país y entrevistándose con su esposa.
FUENTES:
El caballero del Titanic, libro de Guadalipe Loaza