Durante los últimos días, las redes sociales (particularmente en TikTok) se ha visto inundado con un fenómeno mediático, asociado al polémico actuar de la clínica de rehabilitación cristiana JIREH, la cual, aunque inició en Culiacán, actualmente tiene su sede en Tijuana y es dirigida por Jesús Ignacio Osuna Torres quien hace llamarse “El Chiquilín”.
Entre algunos usuarios de plataformas digitales existe un fuerte cuestionamiento a la violación de derechos humanos, mediante la privación de la libertad a personas en situación de calle con adicción a drogas por parte de la llamada “Patrulla Espiritual” que encabeza Osuna Torres, quien a través de una peculiar práctica discursiva logra captar la atención de quienes serán subidos a bordo de una camioneta, la mayoría del tiempo, en contra de su voluntad.
Y es que estas personas que cotidianamente habitan en las calles parecen convertirse en una especie de “no personas”, pues nuestra indiferencia, falta de sensibilidad y empatía, prejuicios y otros elementos parece evocar una decisión consciente o no de no verlos.
Por ello, otra parte de los usuarios abogan que al menos alguien está tratando de hacer algo, por más cuestionables que nos parezcan sus métodos.
Ofreciéndoles una “beca de panza, nalguita y cachetito”, es decir, de comida y refugio, el líder que encabeza este movimiento argumenta que la beca está pagada por Dios.
Es por ello que utiliza las ya icónicas frases de “¡Hermoso!”, “¡Coqueto!” y “¿Nunca te han dicho que eres un tazo dorado?”, como una forma de destacar el valor de las personas que viven en situación de calle o han quedado atrapadas por las adicciones.
Para el resto de los usuarios del centro de rehabilitación, se maneja un costo como en cualquier otro centro de ese tipo.
Más allá del debate ético y de derechos humanos y por supuesto sin minimizarlo, me parece importante destacar que la actividad de este grupo de personas, de alguna manera pone en evidencia la carencia e ineficiente intervención del Estado en el tema de prevención, atención y manejo de este relevante asunto de salud pública.
Y es que incluso como sociedades, seguimos teniendo una tibieza en estos temas. Por ejemplo, en Ciudad Juárez podemos referir las problemáticas que ha enfrentado la organización Programa Compañeros para implementar políticas y programas de reducción de daños, que coadyuven a minimizar los impactos asociados al consumo de drogas, tales como la instalación de máquinas dispensadoras de jeringas, condones y lubricantes en la zona centro de la ciudad.
La importancia de dichas maquinas que fueron adquiridas por la organización con recursos otorgados por la Fundación de Salud Paso del Norte, radica en que el uso de jeringas nuevas minimizaría deseablemente la transmisión del VIH y la Hepatitis C, estos insumos estarían disponibles a un costo muy por debajo de su precio de venta comercial.
Lamentablemente dichas máquinas son constantemente vandalizadas, pese al compromiso del gobierno municipal de resguardarlas.
Pero ¿quiénes son estas “no personas”? Estas personas que incomodan a las autoridades, empresarios, ciudadanos, por afectar la estética del paisaje urbano, pues ponen en evidencia las problemáticas intrínsecas en la descomposición social.
El indudable control del crimen organizado para quien las fronteras no existen, pues en nuestras ciudades supuestamente fronterizas, operan a carta abierta en el tráfico de personas, drogas y todo lo que se puede traficar, hasta influencias.
Pues también es de vox populi las irregularidades con las cuales operan algunos de estos centros de rehabilitación, en las cuales el uso de la violencia física y emocional pareciera estar legitimada pues al caer en la trampa de las adicciones, pareciera que han perdido su carácter de persona, de ser humano, aunque claro, seguramente habrá honrosas excepciones.
La globalización nos ha hecho conectar virtualmente con personas de otras latitudes, la Inteligencia Artificial es un tema que está acaparando nuestro día a día, pero también hemos aprendido a transitar los espacios públicos ignorando lo que hay a nuestro alrededor.
Aquí algunas de las preguntas que constantemente me surgen: ¿Qué vamos a hacer ante esto? ¿Ignorarlo? ¿Realmente podemos individual o colectivamente aportar algo por las personas en situación de calle? ¿Quiénes estereotípicamente pueden/podemos caer en problemas de adicciones? ¿Podríamos en algún momento llegar a ser considerados “no personas”?
A quienes hemos adoptado colectivamente nombrar como “tazos dorados” no son más que el reflejo de una falla de la humanidad, no la falla en sí, pues estas personas, hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes no aparecieron en el planeta por generación espontánea.
Detrás de cada uno de ellos hay una historia, una familia que por alguna razón no cumplió su rol social, instituciones como la escuela, iglesias y gobiernos que les han abandonado.
Pero sin duda, también parte del problema somos todos, todas y todes que con desconfianza dudamos si darles una moneda es ayudarles o dañarles más.
Somos parte del problema cuando los vemos con temor, desconfianza e incluso asco, aquellos que en soberbia podemos verles como sujetos de estudio y en ese sentido, objetivarles… Entonces ¿Necesitamos patrullas espirituales?