Nací en Ciudad Juárez. Alguna que otra noche me despertaban a lavarme los pies porque me rugía la llanta, duraba varios días con los mismos calcetines porque me daba flojera bañarme.
Acá en la vieja periferia, solíamos jugar canicas en la arenita. Mis nudillos estaban agrietados y las plantillas de mis tenis colmadas de tierra ya compactada, así que era de esperarse que después de varios días de uso los calcetines se paraban solos.
Aún así me considero afortunado y puedo decir abiertamente que fui muy feliz, no tuve que migrar, pude convivir con mis amigos desde que nací hasta este día. Tuve una niñez muy creativa, ya que los juguetes que llegaban cada Navidad eran pocos, así que había que echar mano del trompo, el balero (hecho con un bote), pero no tuve que migrar.
Comí lechera con Pan Bimbo, galletas de animalitos con mantequilla, naranjas con chile y mastiqué caña, pero no tuve que migrar.
Todas esas suculencias me acompañaron durante la corta trayectoria cuando fui niño, puedo asegurar que fui feliz viendo la lucha libre, al Chato Chávez, al Legionario, a Flama Roja, al Impostor, al Cobarde, a Baby Sharon… Aunque no tuve la posibilidad de ir al Gimnasio Josué Neri Santos, los miraba por una televisión a blanco y negro, pero no tuve que migrar.
Todo lo que mi familia acumuló estaba en medio de dos cuartos, donde vivíamos tres hermanos mi madre y yo. En los inviernos nos calentábamos con un calefactor de bombilla al que le poníamos petróleo, apenas alcanzaba, pero no tuve que migrar.
El calor del hogar era indiscutible y juntos “arrecholados” alrededor del calentón, mirábamos la telenovela y cuando el televisor se apagaba, todos nos íbamos a la cama y juro por Dios que nunca faltaron cobijas. Nunca tuve que migrar para conseguir una.
Ahora que lo recuerdo, quisiera volver a ser niño, todos esos detalles me dan identidad y sé que pertenezco a una familia que no tuvo que migrar y se pudo mantener en esta ciudad con sus altas y sus bajas.
Crecí en una calle donde el “picadero” estaba a dos metros de donde se juntaba la palomilla, Nos tocó ver al Bola de Humo y al Calanche llegando a cobrar “la cuota” y a Doña Tacha, que era quien pagaba por vender pastillas. Día y noche los maleantes consumían droga, pero no tuve que migrar.
¿Qué será de los niños migrantes que de repente son arrastrados por sus padres, y los convierten en hombres a fuerza de caminar miles de kilómetros para cruzar países desconocidos? Espero que cuando crezcan también tengan historias como la mía.
Esta ciudad los recibe con maledicencias, con desprecio y con la esperanza de que no se queden. Ellos sí tuvieron que migrar y del corazón inocente les arrancaron las aventuras, los juegos, la creatividad.
Ahora tienen que estirar la mano para pedir limosna y su principal “juego” es saber qué van a comer y dónde van a dormir… Nací en Ciudad Juárez, en un crudo invierno, pero no tuve que migrar…
Ramón Quintana Woodstock
Locutor de radio y columnista. Mejor conocido como “Raymond Q” y su participación en Órbita 106.7. Fotógrafo aficionado. Licenciado en Derecho, Psicología y Comunicación.